Introducción
Conocí a Gerónimo en el verano de 1904 cuando hice de su intérprete, traduciendo del inglés al español, y viceversa, en la venta de un tocado de guerra. Desde entonces, siempre que nos encontramos tuvo conmigo un trato amable, aunque nunca mantuvimos una conversación seria hasta que supo que una vez fui herido por un mexicano. Tan pronto como se enteró, vino a verme para expresarme libremente su opinión sobre el mexicano medio, así como su aversión por todos los mexicanos en general.
Le invité a que volviera a visitarme, cosa que hizo, y tras su invitación, fui yo quien acudió a visitarle a su tipi en la reserva militar de Fort Sill.
En el verano de 1905, vino el doctor J. M. Greenwod, superintendente de las escuelas de Kansas City, Misuri, y le llevé a ver al jefe indio. Gerónimo estuvo muy formal y reservado hasta que el doctor Greenwood dijo:
—Soy amigo del general Howard, él fue quien me habló de ti.
—Venid, —dijo Gerónimo. Dejó a un lado la timidez, hizo que nos trajeran algo para sentarnos, se puso su tocado de guerra y nos sirvió sandía àl’Apache –cortada en grandes pedazos–, mientras hablaba alegremente y con total libertad. Al marcharnos insistió en que lo visitáramos de nuevo.
A los pocos días, el viejo jefe vino a verme y me preguntó por mi padre. Le respondí: —¿Te refieres a aquel viejo caballero de Kansas City? Ha vuelto a su hogar.
—¿No es tu padre? —preguntó Gerónimo.
—No —le dije—, mi padre murió hace veinticinco años, el doctorGreenwood solamente es mi amigo.
Después de un momento en silencio, el viejo indio volvió a hablar, esta vez conun tono de voz que intentaba expresar convicción, o al menos impedir cualquier tipo de réplica. —Tu padre natural está muerto, este hombre ha sido tu amigo y tu consejero desde que eras joven. Por adopción, es tu padre. Hazle saber que siempre será bienvenido.
Era inútil intentar darle más explicaciones, aquel viejo hombre no era capaz de entender mi relación con el doctor Greenwood más allá de sus costumbres indias, así que lo dejé pasar.
En los últimos días de ese verano, le pedí al viejo jefe que me permitiera publicar algunas de las cosas que me había contado, pero se negó. Sin embargo, me dijo que si le pagaba, y si los oficiales a cargo no se oponían, podría contarme la historia completa de su vida. Inmediatamente llamé al fuerte Fort Sill y le pedí al oficial a cargo, el teniente Purington, permiso para escribir la vida de Gerónimo. Me fue denegado. El teniente me informó de los numerosos destrozos que habían ocasionado Gerónimo y sus guerreros, del enorme coste que suponía mantener a raya a los apaches y de que el viejo jefe merecía ser colgado en lugar de recibir toda esa atención por parte del público civil. Mi insinuación de que nuestro gobierno había pagado a muchos soldados y oficiales para ir a Arizona a acabar con Gerónimo y con los apaches, y que no habían sabido cómo hacerlo, no pareció complacer el orgullo del oficial regular del ejército por lo que decidí buscar el permiso por otra vía. De acuerdo con esto, le escribí al presidente Roosevelt contándole que allí había un viejo indio que había sido detenido como prisionero de guerra hacía veinte años y que nunca se le había dado la oportunidad de contar su parte de la historia, acto seguido le pedía el permiso para la publicación de la historia de Gerónimo con sus propias palabras, con la garantía de que dicha publicación no afectase desfavorablemente a los prisioneros de guerra apaches. Recibí por correo la noticia de que la autorización había sido concedida. En pocos días me llegó una notificación de Fort Sill de que el presidente había ordenado al oficial al mando que me otorgase el permiso solicitado.