Este texto es un fragmento de

Hostal Europa

José Antonio Sánchez Manzano

El centro antiguo de Sofía está repleto de discretas hospederías, más de las que uno pueda percibir a simple vista al pasear por sus lóbregas calles. Por dentro, las hay que están adecentadas, mientras que otras muchas carecen del más mínimo aderezo; por fuera, y a pesar de las carencias del alumbrado público, la mayoría están bien señalizadas. Sin embargo, el hostal donde comienza y por el que discurre esta historia parece escondido a propósito en las tinieblas que envuelven los edificios bajos y raídos de la calle Zar Samuel. De hecho, nada indica que ese ancho bloque de tres pisos sea un hostal, o siquiera que esté habitado. La fachada no tiene letrero alguno que lo indique ni la placa con el número de la calle; además, debido a las obras, las plantas segunda y tercera están forradas de andamios, sucios plásticos de un tono amarillo desgastado y una pila de tubos de metal.

Más allá de su aspecto externo, lo primero que atrae mi atención es esa aura de secretismo y misterio que puede adivinarse con tan sólo echar un vistazo desde la entrada. La puerta de barrotes de metal oxidados se encuentra entreabierta y un vapor caliente, pegajoso y desapacible emana del interior. Al fondo, deslumbrados por la luz de un potente foco que arroja sombras sobre la pared del lúgubre callejón que une la entrada con la parte de atrás, decenas de norteafricanos, búlgaros y, principalmente, afganos se cobijan hacinados y en condiciones deplorables mientras aguardan con más o menos fe un golpe de suerte que les acerque a sus sueños. Cuando no están en el hostal, puedes encontrarlos a cualquier hora yendo y viniendo por alguna de las muchas calles del barrio dedicadas a héroes y personajes ilustres surgidos durante los vaivenes de la dilatada historia búlgara.

Tras diez siglos en los que la ocupación de tres imperios (bizantino, otomano y soviético) configuró el complejo presente de una pequeña nación compuesta de inmensas minorías, la República de Bulgaria forma parte de la Unión Europea, y el Zar Samuel, último emperador del Primer Imperio búlgaro hasta el 6 de octubre de 1014, da nombre a una angosta calle adoquinada que el transitado bulevar Todor Aleksandrov atraviesa y divide en dos realidades dispares. De una parte, durante los trescientos metros que discurre paralela a la comercial calle Vitosha, Zar Samuel atraviesa una zona de restaurantes, pequeños negocios y edificios emblemáticos. En dirección oeste, en el lado donde se encuentra este tétrico hostal, atraviesa casi por completo el histórico y céntrico barrio de Utch Bunar.

Este vecindario multicultural de aspecto descuidado fue durante más de un siglo el barrio judío de Sofía. La sinagoga se ubica en la calle Ekzarh Yosif, a pocos metros del hostal y de la mezquita. De un tiempo a esta parte, tras el abrupto aumento de personas procedentes de África y, sobre todo, de Oriente Medio que entraron en el país balcánico persiguiendo el sueño de alcanzar Europa, el barrio es conocido como la pequeña Beirut. No obstante, según cuentan los más antiguos del lugar, conserva el mismo carácter popular y proletario de siempre, y en él, además de humildes lugareños, se concentran buena parte de la comunidad musulmana, refugiados, inmigrantes sin papeles y otras personas de destino inquieto.



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