Este texto es un fragmento de

La doble transición

Raúl Solís

Antes puta que médico con barba

Silvia pudo haber sido un médico de éxito de Las Palmas de Gran Canaria. Todos los profesores así se lo recordaban a su familia: “El niño vale para estudiar”, le decían al padre de una niña que nació con genitales masculinos, la única de todo el colegio que en el recreo no salía a jugar al fútbol. “Mi infancia fue estar metida hacia adentro”, rememora sentada en un bar con cristaleras a al calor húmedo y pegajoso de agosto en Barcelona, desde donde se ve una gama de colores mayor que los que ella se encontró en 1973, cuando llegó a la capital catalana con 24 añitos, unos pocos libros, algún disco y 3.000 pesetas. Llegó huyendo de su isla, buscando el anonimato, una oportunidad para empezar de cero subida a sus tacones, buscando ser la mujer que siempre soñó y por lo que había renunciado ir a la universidad. No fue a la universidad, pero Silvia ocupa todas las fotografías históricas que hablan de derechos, de burlas al franquismo, de valentía, de libertades sexuales y victorias del colectivo de personas transexuales.

Sentada en su cama, que hace las veces de sofá porque en el pequeño ático de 40 metros en el que vive en el barrio barcelonés del Example no cabe más mobiliario, enseña orgullosa los recortes de periódicos y revistas en las que ha aparecido peleando por el derecho a ser que le negó su familia, la sociedad y el yugo de la dictadura bajo la que nació. “Esa soy yo, la de la izquierda, en la primera manifestación del Orgullo que se celebró en España, en 1977”. “Esa soy yo también, en el Congreso de los Diputados junto a Pedro Zerolo, el día que se aprobó la Ley de Identidad de Género”. “Esa soy yo, en la cárcel de Badajoz, ¿ves qué guapa, mi niño?”. “Esa soy yo también, en un reportaje que publicó Interviú sobre las personas condenadas por peligrosidad social en el Franquismo”. “Esa soy también, en el colegio, justo antes de que me dijeran que para poder obtener una beca tenía que disfrazarme de hombre”.

En esa última foto se detiene más que en el resto, aquella bifurcación fue determinante en la mujer que hoy es y que quizás no habría sido de haber aceptado las normas correctivas que le propusieron. “El funcionario me dijo que me daba una beca para ir a la universidad, pero me tenía que dejar barba y vestirme como un hombre”, repite las palabras malditas que le enunciaron con solamente 16 años. Lo cuenta mirando al suelo, con los ojos cerrados y un semblante de profunda rabia, de dolor oxidado. Y tú qué hiciste, Silvia: “Le dije que no estaba dispuesta a disfrazarme de hombre para ir a la universidad, que me enfrentaría a la sociedad y a la sociedad para ser mujer”.  Y eso ha hecho toda su vida: enfrentarse a todos y a todo para ser quien es.

Nacida en una familia de clase media, conservadora, franquista confesa, de padre marino mercante y madre ama de casa, creció con el desprecio en los talones. La pequeña de siete hermanos, no recuerda de ellos otra cosa que no sean insultos, humillaciones, caricaturas y burlas por su feminidad, por ponerse los tacones de su madre, depilarse las cejas o hacerse la cera en la barba para adecuar su aspecto a su identidad. Casi 70 años después, aquellos hermanos la siguen despreciando, no la llaman y no tiene ninguna relación con ellos. Sus padres, que murieron hace pocos años, jamás la aceptaron ni la llamaron por su nombre femenino. Un dolor que se le ha quedado incrustado en el alma, que lo evidencia cuando cierra los ojos mientras habla de sus padres y narra que cuando va a Las Palmas de Gran Canarias se tiene que hospedar en una pensión porque nadie de su familia le abre las puertas de su casa. De una dureza extrema que, sin embargo, ella ha naturalizado como estrategia para sobrevivir. Con esa losa de desprecio ha crecido esta mujer que iba para médico y que acabó, con 16 años, limpiando la ropa sucia de los hoteles canarios como chica de habitaciones. Cuatro años estuvo trabajando en un hotel de Las Palmas, donde afirma que nunca sufrió discriminación. Aquel trabajo de ‘moza de habitaciones’ le permitió salir económicamente adelante al margen de la familia que la rechazaba y la insultaba en cantidades industriales.

(...)

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