Capítulo 01
Eloísa apenas tenía fuerzas suficientes para poder tomarse la medicina que leofrecía su madre. Poco después, los párpados de la niña no aguantaron más y se cerraron, provocando que cayera en un profundo sueño.
—¡Hola! —susurró una voz desconocida—. ¿Estás despierta?
Sus ojos comenzaron a abrirse. Empezó a distinguir los muñecos de peluche que habitaban en la balda de encima de su cama. La luz que entraba por su ventana era la más brillante que nunca había iluminado su cuarto. Le costó bastante acostumbrarse a tanta claridad. Giró la cabeza hacia su derecha, que era el lugar de dónde había provenido aquel susurro. Vio una sombra irreconocible que avanzaba hacia ella.
Despertó de golpe mientras soltaba un chillido enorme.
—¿Qué ha pasado, princesa? —preguntó su madre—. Creo que estás hablando ensueños. Hace dos horas que te dormiste y has estado muy inquieta.
—¡Una sombra, mamá! Una sombra me habló y se acercaba a mí.
En ese momento, se dio cuenta de que su habitación ya no resplandecía como antes.
—¡No pasa nada! Habrá sido una pesadilla.
—¡Parecía tan real! —La niña se acurrucó junto a su madre—. ¿No hace mucho frío aquí, mamá?
—¿Frío? Cariño, estamos casi en el mes de junio. El verano está a la vuelta de la esquina, lo que tienes se llama fiebre. Te voy a llevar al salón, ahí te entretendrás mirando la televisión y esta tarde iremos a ver a la pediatra.
Eloísa permaneció tumbada en el sofá. Intentó ver los dibujos animados para olvidar lo que le acababa de pasar. Era la primera vez, en sus cinco años de vida, que se encontraba tan mal. No recordaba nunca haber tenido tanta fiebre, ni tan siquiera haber estado enferma con anterioridad. Se había hecho el ánimo de no volver a cerrar los ojos.Lo que había visto no se parecía en nada a un sueño. Estaba segura de que había sido real. Sin embargo, una nueva subida de temperatura provocó que cayera dormida.
—¡Hola! —la misteriosa voz volvió a sonar a su lado—. ¿Estás despierta otra vez?
No quería mirar. Notó que la claridad volvía a estar presente en la habitación. Comenzó a abrir sus párpados lentamente y se sorprendió al ver de nuevo su colección de peluches sobre ella. «¿Cómo puede ser?», pensó, «si estaba en el salón viendo la tele,¿cómo es posible que esté viendo los peluches de mi cuarto?». No entendía nada. Respiró hondo y se armó de valor para girar la cabeza hacia su derecha, que era de donde había vuelto a provenir el susurro.
La sombra gris se levantó y comenzó a acercarse hacia ella. No distinguía, debido al contraste con la luz, de quién era la figura que se aproximaba. La sombra avanzó lo que debía ser su mano hacia ella mientras le hablaba.
—Me llamo Giovanni. No tengas miedo.
Se incorporó gritando en el momento en el que la mano contactó con ella. Estaba fría y permaneció sobre su frente unos segundos.
—¡Esta fiebre no baja ni con los medicamentos! —se quejó su madre retirando la mano—. Por cierto, ¿quién es Giovanni?
—¿Cómo?
—Sí, princesa. Es lo que has gritado.
—No lo sé, mamá. No conozco a ningún Giovanni. —Mientras contestaba a sumadre echó un vistazo a su alrededor—. ¿No estaba en mi cuarto? —preguntó extrañada.
—No, cariño. Por la mañana te saqué de tu habitación y te traje aquí para que estuvieras entretenida, pero la fiebre pudo de nuevo contigo y te quedaste dormida. He preparado un poco de sopa. ¡Tómatela y verás qué bien te sienta!
Tras la comida no se volvió a dormir. Acudió a la consulta médica con sus padres. Nunca le había gustado ir a ver a su pediatra. La mayoría de las veces le pinchaban y ella detestaba las agujas. Lo único bueno que tenía ir era que siempre te daban una piruleta.
La médica reconoció a la pequeña. Notó un poco inflamada la zona abdominal. Diagnosticó que la causa era debida a alguna clase de virus. Instó a los padres a realizar un análisis de sangre y una radiografía de la zona. Con la primera sintió dolor. No le había gustado nunca que la pincharan, pero en esa ocasión ocurrió algo diferente. El pinchazo duró más y vio cómo la jeringuilla, en vez de vaciarse, se llenaba de un líquido muy espeso de color rojo. La radiografía fue algo más llevadero, entró a una pequeña y oscura sala junto a su madre, que la estuvo calmando mientras le sacaban una “foto muy chula de la barriguita”. Con el resultado de la “foto” volvieron a la consulta de la doctora.
La radiografía estaba limpia. Aquello era muy buena señal. La pediatra las citó para una semana más tarde, así analizarían los resultados y realizarían una segunda extracción de sangre.
Tantas pruebas le habían realizado que salieron de la consulta y era de noche. Seguía encontrándose muy cansada y el trayecto en el coche se le hizo demasiado pesado.El rítmico traqueteo de su silla comenzó a provocar, como de costumbre, que el sueño le fuera invadiendo a marchas agigantadas. No quería volver a quedarse dormida. Pero una cosa es lo que uno se quiere proponer y otra lo que tu cuerpo puede aguantar, por lo que acabó con los ojos cerrados.
—¡Hola! —volvió a escuchar la misma voz de su último sueño—. Dicen que a la tercera va la vencida. ¿Será verdad en esta ocasión? —preguntó con un tono divertido el extraño.
Con sus ojos cerrados notaba que la claridad seguía entrando por su ventana pese a ser de noche. Sintió que alguien la observaba. También notó que estaba tumbada enalgo mullido, que supuso que era su cama. Comenzó a abrir los ojos. Confirmó que, efectivamente, estaba en su cuarto y los cerró. No quería que fuera verdad, porque si así era, allí iba a haber alguien más.
—Mira chica, no quiero asustarte —volvió a hablar la voz misteriosa—. Mi nombre es...
—Giovanni —le cortó Eloísa.
—¿Cómo lo sabes?
—Creo que me lo dijiste la última vez, antes de que me despertara, supongo.
—Bueno, es un comienzo. Al menos estás empezando a tener conciencia de haber estado aquí. Y tú, ¿tienes nombre?
—Sí, mi nombre es... —iba diciendo la niña mientras abría sus ojos—. Es Eloísa.
—Y yo soy papá, princesa. Ya sé cuál es tu nombre.
Todo volvía a estar oscuro. La niña notó que no estaba sobre su cama. Se encontraba en los brazos de su padre.
—¿Dónde estamos, papá?
—Te habías quedado dormida en el coche. Y ahora vamos hacia tu cuarto. Parece que tu fiebre ya está remitiendo.
Su padre encendió la luz de la habitación, la dejó sobre su cama y le puso el termómetro bajo el brazo. La pequeña se sentó sobre el colchón y observó su cuarto. Todo estaba igual que en su sueño: los peluches en la misma disposición, los colores de las paredes seguían siendo rosa y blanco... Todo seguía igual, salvo por la ausencia de la claridad en la estancia y la presencia de Giovanni. Allí solo estaban ella y su padre.
—¿Qué buscas?
—Nada, papá. Me había parecido ver algo en esa esquina —dijo señalando con el dedo al primer sitio que le pareció—. Pero creo que estoy equivocada. ¡Buenas noches!
—No tienes fiebre —dijo su padre muy contento tras haberle quitado el termómetro—. ¡Buenas noches, princesa!
Su padre la recostó en la cama. Le dio la medicina que le había recetado su pediatra, la arropó, le dio un beso y apagó la luz. Eloísa cerró los ojos sin miedo. Esta vez quería regresar de nuevo a su sueño, pero no fue así.
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—Bueno, cielo. Creo que va siendo hora de irnos a la cama. Ya son las doce y media de la noche.
—¿Ya, abuela?
—¿Acaso eso significa que te estaba gustando el cuento? Además, tu abuelo se haquedado dormido en su sillón con los cascos puestos.
—Bueno..., un poquito sí. —Amelia no conocía esa faceta de cuenta cuentos de la vieja Isa. Le estaba gustando porque lo contaba de una manera muy especial. Era como si lo viviera. Ese realismo la había metido de lleno en la historia de aquella niña—. Aunque no entiendo qué tiene que ver esto con Lena.
—Todavía falta mucha historia.—¿Pero me lo vas a decir?
—No, cielo. Ya te irás dando cuenta.—¿En serio, abuela?
—El arte de todo buen cuenta cuentos está en mantener un poquito de intriga entre narración y narración.
—Mirado desde ese punto de vista, supongo que tienes razón.
Amelia se fue a su cama un poco contrariada. No comprendía qué relación tendría el cuento que se había empeñado en contarle su abuela con lo que le había pasado aquel día. Con la poca información de la que disponía comenzó a hacer cábalas, aunque no llegó a ninguna conclusión aceptable antes de quedarse dormida.