Este texto es un fragmento de

Los sueños no tienen cima

Susana Ruiz Mostazo

CAPITULO 4, EN EL BOX DEL HOSPITAL

Recuerdo muchas cosas de esa noche, el ruido de las camillas que arrastraban los celadores por los pasillos de urgencias llevando a pacientes, enfermeros, médicos corriendo de un box a otro, ruidos de monitores tomando constantes vitales, la llamada por megafonía a los familiares de los pacientes ingresados, algún gemido, llanto…

Yo estaba asustada, los médicos hablaban entre ellos, pero no se dirigían a mi en primera persona, las enfermeras/os me miraban con una sonrisa tratando de calmar mi ansiedad, haciéndome saber que todo iba a salir bien. Desde que había ingresado me habían hecho análisis de sangre, orina, pinchado un montón de veces en el dedo, yo odiaba las agujas.

En el box, asustada, el personal del hospital hablaba de mí como la chica que había debutado en diabetes. Era el 5 de enero de 1993, la noche de Reyes, y yo estaba en aquel box. De repente, tras la cortina del box, apareció una mujer, que se acercó a mí con una sonrisa. Iba ataviada con ropa de montaña, con una enorme mochila. Se sentó en mi cama y me sonrió, no la conocía, pero me transmitió tranquilidad en mitad de aquella locura que daba miedo.

—¿Quién eres?— le pregunté. 
—Hola Susana, soy una amiga que quiere animarte, sé que estas triste. Yo también tengo diabetes, desde que era una niña. Sin embargo, quiero enseñarte la de cosas que he vivido desde entonces…
—Ya… —contesté—. ¿Y qué has hecho?

La mujer empezó a contarme historias fantásticas de países lejanos, montañas altísimas, paisajes increíbles, glaciares… También me habló de su familia, sus padres, abuelos, primos, tíos, hermana, suegros. También me habló de su marido, Carlos, de cómo la apoyaba, de los amigos que se había ido encontrando por el camino, de su trabajo. Me enseñóo fotos de su perro, un Golden, que se llamaba Lagun. También habló de su sobrino Alex, al que quería muchísimo.

Me enseñó fotos de Groelandia, Nepal, del maravilloso Elbrus, del Kilimanjaro, también impartiendo charlas en diferentes asociaciones de personas con diabetes… Recuerdo estar alucinando, así que le pregunté por la diabetes.

—Ahí está —contestó la mujer—. Siempre viaja conmigo a todos estos lugares, pero no me ha limitado para perseguir mis sueños. Tienes que ser paciente, aprender a controlarla y no rendirte nunca, jamás pierdas esa sonrisa.

Yo estaba entusiasmada, quería preguntarle muchas más cosas, pero la mujer de repente se levantó.

—¡Espera¡ —exclamé—. ¿Quién eres?

La mujer se dio la vuelta y me sonrió.

—Lo sabrás, se paciente y recuerda, sonríe.

Recuerdo estar alucinando, pero aquella mujer me había animado. Pronto me quedé dormida para empezar a soñar con montañas, glaciares y con la convicción de que Los sueños no tiene cima.



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