Este texto es un fragmento de

Mientras esperas

Alberto Martín y Pablo M. Ibáñez

La Revolución de la Ternura
Siempre soñé
con dirigir toda Revolución
consagrada a la Ternura y,
quizá, hacerle guerrilla a la tristeza
con la violencia
del Amor mayúsculo.
Asaltar cada pecho
armado de bondad
y hacer sangrar
sin causar herida,
remover todo corazón tirano
a golpe de fusil.
Entrar por la portada
como libertador
de la soledad,
conquistador del cielo,
señor y compatriota
de la Insurrección 
por causa justa:
la fraternidad total.
Y quizá, tras la lucha,
volver al sosiego
y a la calma
durante el sol cerrado,
al viento tenue
entre los dedos,
al anhelo de la paz 
y de la nada.
Volver al Origen 
que el corazón inquieto tiene:
"Toda Revolución sería nada
si supieras cómo te miro".



A los sin patria, a los sin vida
Puedo escribir los versos,
si no los más tristes, 
al menos los más sinceros.
Puedo decir que todo es luz,
que la vida, que mi vida,
tiene la cantidad absoluta de felicidad,
que le he echado un envite a la alegría
y he salido ganando.
Pero mentiría.
Porque yo no puedo ser feliz
si te veo huir del hambre
que jamás conoceré.
Que has recogido todas las balas
que traspasaban tu sonrisa
y con sus casquillos te has coronado
como Rey de la Tristeza.
Que en medio de la Soledad,
el mar te ha robado las cartas,
está jugando todas las bazas
y ha echado un órdago a tu muerte.
Y navegas,
no sólo por el mar
que se confunde entre tus lágrimas,
navegas por los que ya sólo
pueden visitarte en pesadillas
porque todos los sueños
(que son mensajeros de alegrías)
han sido cariñosamente fusilados
y ahora soportan el dulce 
peso de la tierra.
Y me gustaría también decir
que gozan de la tierna caricia
de una tranquila sepultura
y del sentido consuelo de unas flores.
Pero no puedo
porque todo lo tuyo es polvo y se acaba.
Porque si buscas un puto refugio,
tu vida acaba.
Tú te apagas.


Del periodismo y el poder
Voy a colgarme un par de nidos en los ojos
para aprender a mirar de otra manera.
Voy a colgarme un par de nidos en el alma
para sentir lo de los otros aunque duela.
Voy a ver en los más pobres la esperanza
y a gritarle al poderoso que se mueva.
Voy a apuntar con mi pluma a bocajarro
y a espetarle a los que mandan con dureza:
«Suelta el alma y pon las manos donde pueda verlas».
Voy a morder como una bestia tus palabras
para evitar así que mientas mientras hablas.
Voy a poner en mis oídos unas redes
para filtrar críticamente tus maldades.
Voy a ponerle corazón al inocente.
Y a enseñarles que ellos sufren porque quieres.
Voy a avisar a todo el mundo a pleno grito
que tus secuaces solo quieren sometidos.
Voy a verte, a vigilarte y a observarte
y a recordarle a todo el pueblo quién te paga
Vas a oírme y también necesitarme.
Vas a odiarme y a la vez tenerme cerca.
Soy la pluma, la voz fuerte, el objetivo.
Soy palabra, soy imagen, soy testigo.


Te lo advierto
Dentro de las mil políticas de odio
que impregnan el vacío de la estepa
en este invierno atípico en Madrid
dominado por el miedo que aglutinas en tu pecho
te advierto con absoluta ternura
que amar es aprender a enamorarse
y andar es aprender a caminar
y a caminarse
(y viceversa).

Dentro de la vorágine inerme de exclusión
de revoluciones en caliente
de esperanza naufragada
de un adviento venido a menos
te amenazo con ternura absoluta
porque amable no es quien más se regala
sino quien más se deja andar
y que vale la pena tener pies de barro
pies de barro enamorado.

Dentro de la peligrosidad absurda que te oprime
de los miles de demonios que te acechan
en el fuero interno de tu pecho en llamas
en el fuego incierto de tu lleno a rachas
te aviso con inagotable ternura
que las únicas pateras peligrosas
son tus pateras mentales
indigentes de compasión y de cariño.

Que hemos sustituido el cariño por la prisa
que perseguir la utopía es una quimera
y una obligación
que, en Madrid,
ha sido venir tú
y llevarte la lluvia.



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