Este texto es un fragmento de

No me subestimes

Lourdes Garcia Guindo

CAPÍTULO I

Era una mañana perfecta. Lucía el sol, empezaba a hacer calor y, para variar, en la comisaría había
mucho movimiento. Trabajo en una pequeña comisaria de barrio, en Mazatian, un pueblo cerca de la frontera del país vecino... el paraíso soñado. Decidí venirme aquí después de licenciarme en la Academia de Policía, siendo el primero de mi promoción podía pedir destino y, finalmente, elegí mi ciudad natal.
Siempre pensé que la comisaría estaba situada en una de las zonas más peligrosas del país y no me equivoqué, no hemos parado de resolver casos desde el día que llegué. Hace seis meses empezamos a colaborar con el FBI, mandaron un agente del país vecino y, gracias a eso, pudimos arrestar al jefe de la banda de narcotraficantes más grande y peligrosa del país. Tres meses pasaron desde aquella acción hasta que aquel jefe se escapó de la cárcel. Durante el juicio había jurado vengarse de mi compañero y de mí, pero
Luis, nuestro compañero y confidente dentro de la banda, dice que no sabe nada de él.
De mi compañero Ricardo... ¿qué os puedo decir? Tiene un pelo moreno, ojos marrones... Se graduó conmigo
en la misma promoción, él fue el segundo y por eso también pudo escoger destino. Y decidió venirse conmigo, a esta comisaria. Esperad, que entra por la puerta con mala cara, ¿qué le pasa?

—Pablo, tenemos noticias y no son buenas.

Me entrega un papel anónimo en el que dice:
 
«Si no queréis que le pase nada a vuestro confidente, acudid esta tarde a las 4:00 de la tarde al descampado donde detuvisteis a Frank. Venid solos y no le digáis nada a nadie, o vuestro amigo lo pasará mal. Firmado: Un amigo». 
                                                                                             
—¡Esto es una trampa!—. Le digo.
—Soy consciente, pero si no vamos lo pagarán con Luis, tenemos que ir.
—Tienes razón, pero ¿cómo iremos sin que se entere nadie? Ya sabes que tenemos vigilancia desde lo de las amenazas.
—Sí, ya se me ocurrirá algo...
 
Ricardo queda pensativo, se le ilumina la cara entonces con una sonrisa maliciosa en los labios.
—¡Ya sé lo que haremos! Nos vamos a comer a un restaurante que tenga dos puertas, vamos al lavabo y nos vamos por la puerta de atrás.
—Sí, es buena idea, puede funcionar. Pero tenemos que hacer algo más, hay que llamar al grupo.
—Claro un poco de ayuda extra, «los gorilas» que llevamos son buenos.
 
Dicho y hecho. Llamo a los chicos del grupo, unos muy buenos amigos del barrio donde me crié. Tienen una pequeña tienda de aparatos electrónicos y me consta que realizan algún trabajo más turbio, pero no se lo tengo en cuenta, en este maldito pueblo todos sobrevivimos como podemos. Llamo a la tienda de electrónica, el que contesta es Rudy que, en cierta manera, es el jefe de la cuadrilla, el que está de cara al público. Es quien recibe las llamadas y los encargos.
—Rudy, amigo, me temo que estamos en un lío—. Le digo.
—¿Qué ocurre amigo?
—Han descubierto a Luis y nos han amenazado.
—Bien, ¿qué necesitáis?
—A ver, sinceramente, no lo sé. Nos tenemos que librar de nuestros guardianes. Vamos a comer al restaurante del sur, tiene dos puertas y una de ellas está cerca del baño.
—Entonces ya lo tengo, ¿te he comentado que Rasty ya ha vuelto de su seminario en Hollywood? Tengo una sorpresa para vosotros...
—Entonces nos vemos a la una en el restaurante.
—Nosotros entramos en el lavabo. Luego, discretamente, entráis vosotros y realizaremos nuestra magia.
—Claro, nos vemos.
—Hasta luego.
 




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