India desde el techo de un tren
A una hora del Taj Mahal, entre Gwalior y Sheopur Kalan, un tren lleva sistemáticamente pasajeros en el techo, algo prohibido desde 2010. Desde los años 90, los ferrocarriles indios buscan unificar sus cuatro anchos de vía para ser más eficientes. Tres líneas de vía estrecha y de montaña constan en la lista de la Unesco e impulsan el turismo, pero en el llano seco, otras centenarias de uso muy social agonizan en áreas rezagadas donde la necesidad básica se impone.
Dos pies, la distancia entre los viejos rieles que van de Gwalior a Sheopur Kalan ―centro-norte de India, estado de Madya Pradesh―, son solo un centímetro más de lo que promedia una baguette de pan: sesenta y uno. En Sheopur Kalan, un operario dirá al atardecer que este es «un ramal histórico», que existe aún por su valor patrimonial, y puede ser: en estas miniaturas centenarias, los vagones, la locomotora y la velocidad van a escala con las vías, y los viajeros y la administración los llaman «trenes de juguete» (toy trains). Lo que no parecía es que por esa razón viajara menos gente dentro. Desde Gwalior eran 199 kilómetros de vía, once horas, pero esa misma mañana, sus asientos se habían llenado ya otra hora antes de partir, antes siquiera del amanecer. En este tren no existían cupos para turistas, como en otros trenes de India, y menos aún existían turistas. Muchos lugareños tampoco habían alcanzado asiento, pero el verdadero contratiempo era quedarse en tierra, lejos de sus casas. Por eso, el orgullo del operario de Sheopur Kalan era un orgullo a medias.
En Gwalior, a las 5:30 horas, a una todavía de partir, el 52 171 no era siquiera un tren, y junto a las cocheras, tras un muro viejo y bajo una luna que la víspera había sido llena, tres filas de cinco o seis vagones minúsculos, frágiles y angulosos como cajas de cerillas, esperaban en vías paralelas, sin locomotora, con anuncios pintados en hindi y en inglés. Era como si, allá, alguien fuera a descorrer enseguida una cadena y los niños fueran a llegar a hacer viajes en círculos. La máquina aún no aparecía, pero un goteo de sombras caminaba ya en plena noche y desaparecía entre vagones. Por alguna razón, todos sabían cuál de las tres ristras de vagones iba a ser remolcada hasta el andén y empezaría a zarandearse sobre la vía a través del secarral, rumbo a Sheopur Kalan. En una sola de esas filas, detrás de los barrotes soldados de las ventanillas brillaban ojos blancos, y el silencio era tan severo que en India, tan ruidosa, no era fácil creer aquella escena. Dentro nadie hablaba, y sin embargo, ya estaba a rebosar.