Este texto es un fragmento de

Pasajeros

Virginia Nesi

Mientras su recuerdo desaparecía entre sus pensamientos, una azafata pasaba por el pasillo central del avión con el carrito de los tentempiés. Amalia ya no tenía hambre. De una forma o de otra, la mafia le había dejado marca. Cosa Nostra contaminaba el aire de la bella Sicilia desde la antigua época normanda, aunque fue en el verano de 1996 cuando la joven antropóloga escuchó por primera vez pronunciar esa terrible palabra. 

Era julio, Amalia tenía diez años y sus abuelos Isabel y Miguel habían decidido alquilar una casa en la costa de la Toscana, en Tonfano, una localidad marítima situada en la provincia de Lucca. Era el destino ideal para relajarse en familia, sobre todo por el amplio número de actividades dedicadas a los más pequeños. Desde los mini club hasta las competiciones deportivas, pasando por tenis de mesa, karaoke, pinturas y decoupage. Su pequeña nieta no veía la hora de compartir ese verano con los padres de su madre. Por fin cambiaba el plan de verano y, en vez de ir a la casa de campo como solía hacer todos los años, viajaba hacia el norte para pasar dos semanas entre castillos de arena, chapuzones y carruseles nocturnos. Tardó solo un par de días en hacer nuevos amigos, ya que en el balneario Concha Marina, donde sus abuelos habían alquilado una sombrilla, había muchísimas otras familias con niños de diferentes edades. 

Un día, mientras estaba construyendo un castillo de arena a la orilla del mar, Lucía se le acercó. Le pidió ayuda para levantar cuatro torres alrededor de la fortaleza que acababa de construir. Lucía tenía un año menos que ella, aunque aparentaba algunos años más. Su mirada seria y reflexiva la convertían en una adulta en un cuerpo de niña.

—Mañana será mi cumpleaños, voy a cumplir 9 años. Si quieres puedes venir a mi sombrilla para comer tarta conmigo. La va a hacer mi tía, llevará bizcochos, queso y fresas—le invitó Lucía con un poco de vergüenza. 

No tenía muchos amigos en la playa. En realidad, estaba completamente sola, puesto que prefería disfrutar de aquella serenidad que le daba el mar, y que en su casa no existía. También Lucía vivía en el sur de Italia, era originaria de Lamezia Terme, un pequeño pueblo en la provincia de Catanzaro, en Calabria y llevaba tres años veraneando en la costa del mar Tirreno con sus tíos y sus primos.

—¿Sueles venir a menudo a esta playa?—le preguntó Amalia durante la construcción de una segunda fortaleza al lado de una de las torres.

—Mis tíos tienen una casa en el centro de Tonfano y vienen todos los años con mis primos Carlo y Beatrice. Pero yo vengo con ellos solo desde hace tres años. ¿Y tú?—contestó Lucía

—Es la primera vez, y me gusta mucho. Ojalá hubiesen podido venir también mis padres, pero hasta agosto no tienen vacaciones—dijo Amalia

—Ya... Los míos nunca jamás podrán venir. Están muertos—reveló la niña intentando contener las lágrimas.

Amalia no sabía que decir, se había quedado en shock. Lo que acababa de escuchar era tan terrible que no encontraba las palabras adecuadas para confortar a su nueva amiga. Todo le parecía inapropiado. La abrazó.

—Toda la culpa la tiene la mafia—siguió Lucía. Su mirada se había puesto seria mientras miraba hacía las olas del mar.

—¿La mafia? ¿Y qué es?—le pregunto Amalia.

No tenía ni idea de qué le estaba contando. Y tampoco era de extrañar. Con solo 10 años los niños suelen pensar en jugar, en entretenerse con muñecas o cochecitos. No conocen una de las organizaciones de criminales más peligrosas del planeta.

La mirada seria de Lucía mostraba la triste historia de una niña que tuvo que crecer demasiado rápido para su edad. Sus ojos profundamente tristes hablaban y daban a entender que la mafia había revolucionado su vida. Lucía respiró hondo. Una y otra vez, hasta que su boca volvió a pronunciar unas palabras.

—La mafia es cuando una persona muy mala intenta destruir la felicidad de una buena, la mafia es cuando los hombres malos iban a casa de mis padres y les amenazaban con frases horribles para que les diesen dinero. También es mafia lo que ha vivido mi compañera del colegio Alessia, que no vio a su tío durante tres años porque le habían secuestrado en una montaña—declaró.



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