Este texto es un fragmento de

SOLD OUT

Oscar Giménez y Txemi Terroso



PULP 

Hay un tipo… no, espera. Vuelvo a empezar. Hay un SEÑOR subido a un escenario. Las luces le hacen parecer más delgado de lo que es. Lleva gafas grandes y el pelo perdido, alborotado, muerto. Él habla y todos los demás escuchamos. Y cuando digo todos quiero decir TODOS. Y ese todos somos muchos. De verdad, cientos, miles… decenas de miles. E incluso un buen puñado de gente que no está aquí, no sentimos sus voces ni rozamos su sudor, pero escuchan las mismas palabras y sienten el mismo cansancio. Él, desde lo alto, nos mira sin vernos y nos cuenta que él no sabe nada. O casi nada. Dice que las cosas que ocurren en el día a día tienen la habilidad de escapársele sin llegar nunca no ya a entenderlas sino a poder mirarlas con detenimiento siquiera. Pero sí que es capaz de entender aquellas cosas que por ser excesivamente grandes o suficientemente torpes, se plantan delante de él y no hay manera de esquivarlas. Como casi todos podemos, claro…

Cosas como que el día a día se convierta en un pequeño infierno. Como esa sensación de no ser, únicamente por no tener. Sentir que cada concierto es una válvula de escape, es un no mirar atrás y todavía peor, no mirar hacia adelante. Jarvis Cocker dice que hace tiempo que se dio cuenta de que nos han ido apartando tanto del espíritu crítico que hemos llegado a un punto en el que parece que nada importa. Que nada nos importa.

Pero no es así. Porque en todos esos reductos que nos han creado para entretenernos, para mantenernos alejados de todo, sin iniciativa, la gente todavía es capaz de pensar. Nos abren las puertas de los festivales y allí acudimos como ovejas. Nos plantamos ante cualquier grupo, coreamos canciones y nos escapamos al Bar Italia a tomar la penúltima. Y suponen que así estamos entretenidos y que con eso nos vale. Una mano de pintura, dos fiestas y a correr. Pero se ve que nunca se pararon a escuchar la letra.

Y hoy ha llegado el día en el que no podemos dar otro paso, en el que nos sentamos en mitad de la calle y nos negamos a seguir detrás de ese palo que hace demasiado tiempo que ni siquiera tiene zanahoria. Sentados en medio de la calle no somos tan adorables como en mitad de un festival, no somos tan inofensivos. Y nos levantarán a golpes, nos sacarán de en medio con toda la razón que la televisión quiera darles. Y por la noche nos acercaremos a ver a Pulp, al borde del mar. Cantaremos sus canciones y ser felices por unas horas no nos impedirá volver mañana a la calle, a seguir dejando claro que este burro está harto de caminar sin saber hacia dónde va. Y volverán los palos y volverá la rabia de ver cómo se empeñan en difamarnos. Y volveremos al suelo hasta que se den cuenta de que lo que hay en las calles no es una minoría anárquica y despeinada. Que lo que somos no es nada más que gente normal y corriente, GENTE COMÚN. Y los que llevan tiempo modificando el orden natural de las cosas… no somos precisamente nosotros.

She came from Greece she had a thirst for knowledge… El escenario grande se viene abajo. La gente salta y baila con una sensación casi perdida, que no nueva. La sensación de saber que gritar y bailar y beber y dejarse llevar noche tras noche y perder el control y follar con desconocidos y amanecer despistado, solo y triste no es lo único que podemos hacer. Que por fin hay un paso más. Porque hay tanta gente normal que es imposible perder la batalla.





ALABAMA SHAKES 

-Toma, fuma –dice.

No gracias, ya no fumo, digo.

-¡Fuma, coño!

Me alcanza un cigarro y deja el paquete sobre la mesa con fuerza, como si aprovechara para pegar un golpe, para dejar claro que aquí se viene a escuchar, no a rebatir.

–Con la que nos está cayendo. Y tú empeñado en dejar de fumar. Estás loco. Lo que hay que hacer es fumar. O prenderle fuego a algo, por lo menos. A ver si el humo le llega al señor a los ojos y tose y llora y nos escucha de una vez. Porque como se le ocurra no escucharnos aquí va a haber problemas. Yo respeto mucho al señor, pero si piensa que caminamos cada uno por un camino distinto, va listo. Estamos todos en la misma calle, esquivando los mismos golpes y cada vez vienen más. O nos juntamos tanto que parezca que estamos abrazados o estamos perdidos.

Ella no fuma pero se enciende con facilidad, convirtiendo toda su feminidad en un arranque masculino, mutando dulces agudos en salvajes bajadas de tono. A punto de convertirse en un granadino indignado. O mejor, en un gaditano. Con gracia, con carisma. Ligando de un modo invisible y definitivo los dos sures. El suyo repleto de raza y orgullo. El nuestro de alegría y luz. Los dos de sentimiento.

-Todos a una. Cada cual aportando lo que pueda. Nosotros, por ejemplo, podemos tocar. Podemos cantar. Podemos contarle historias a la gente y que la gente se las crea. Y el que pueda hacer otra cosa que la haga. Pero no hemos venido aquí a llorar por separado. Hemos venido a divertirnos todos juntos. Y que no piensen que nuestra alegría es sumisión. No. Esto no funciona así.

Gesticula, sus gafas se escurren hasta la punta de su nariz dejando al descubierto dos ojos pequeños, de animal curioso. Después las empuja con un rápido movimiento de su mano derecha y las devuelve a su lugar. La gente sonríe a su alrededor, es más feliz. A veces parece que de alegría e intensidad ella misma va a explotar. Entonces trapecistas suicidas se cuelgan de sus cuerdas vocales y el mundo entero se estremece, se encoge la esfera azul y los días parecen más largos. Y las noches eternas. Pero sólo es el efecto de su voz.

-Y será una guerra sin dolor. Porque nuestras armas son armas de amor. Las armas que tienes cuando sabes que quien está a tu lado siente exactamente lo mismo que tú. Y cada paso que das sabes que irá seguido del paso de cientos, de miles de personas. Caminando todos a una no habrá quien nos detenga. Pero ya está bien de hablar. Tengo hambre.

Se gira y le silba al camarero, aunque él, como todos, no le había quitado ojo ni un solo segundo. Pide comida para toda la banda que, invisibles, han estado remarcando cada coma de su perorata. Acentuando sus silencios, desapareciendo en sus solos, dando cigarros a los desconocidos.

-¿Y de beber? –pregunta el camarero.

-De beber... Neil Young. 



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