Me llamo Paula Mateos, Vallisoletana de nacimiento perteneciente a ningún lugar en concreto. Metemeenlíos profesional, catadora de vermú y pintalabios rojos, drogadicta de los viajes y abogada de las causas imposibles.

Siempre se me dieron mal las entrevistas de trabajo, tener paciencia y tejer. Pero excepto tejer, por desgracia, las otras dos cosas he tenido que aprender a controlarlas. Confieso que la paciencia se me sigue dando mal, muy mal.

Supongo que los super poderes que te tocan cuando naces no se eligen. Si así fuera a mí me hubiera tocado algo mejor que tumbar a la gente tomando vermú, ser dramática, desafinar y tener el culo gordo. 

Luego están esas cosas que simplemente se me han dado bien desde siempre y no se exactamente la razón. Los animales, viajar, meterme en líos y escribir. Fue por eso por lo que decidí ser veterinaria. Mientras en mi tiempo libre hacía teatro, leía mucho en aviones y llenaba cuadernos de garabatos que pensé que nunca valdrían mucho. Mi abuela si pensaba que valían, de hecho, ella era la que me proveía de cuadernos, animales y pañuelos (estos últimos porque la frustración se lleva muy bien con el drama, del que os hablaré en un segundo) Los cuadernos se han llenado de pensamientos, historias y sobre todo cuentos a lo largo de mis 37+1 vueltas al sol (el año que me operaron la pierna no lo cuento) y al mundo. He vivido en Canadá, África, Portugal y Torrejón de Ardoz. 

Entre las cosas que se me dan mal está venderme bien y es por eso por lo que escribir una carta de motivación o una biografía me pone más dramática de lo normal y me hace colocar la mano en la frente como haría Lola Flores y desmayarme cual coplera.

También me sale solo el temblor de labio inferior cuando me pongo nerviosa y creedme si os digo que ahora parezco un cascanueces de esos de la navidad mientras intento explicar de manera convincente porque soy algo diferente y valioso por lo que merezca la pena apostar, publicar su libro y hacerlo con una flamante laca Nelly en la portada. 

Realmente no sé cómo hacerlo. Así que solo me queda pedirle al reloj que ahora mismo marca 11:11 el deseo de que sean los tres relatos que os adjunto los que hablen por mí. Y yo, mientras tanto me pido un vermú, me muerdo las uñas hasta que queden muñones y me imagino las doscientas formas que podrías tener de decirme que no a la vez que mi yaya me susurra al oído que esta es la oportunidad que llevaba tanto tiempo esperando.