Nos queda poco más de una semana de campaña para conseguir el objetivo y publicar A esta ronda invito yo, ¡nos queda poquito para alcanzar el 60%! Alejandro comparte con nosotros un nuevo artículo sobre el mundo del periodismo de los que este libro, prologado por Martín Mucha, incluirá.
El giro de muñeca
Su figura asoma por la puerta con un andar cansado. Arrastra los pies, que soportan con pronunciada desgana un cuerpo azotado por la edad, que ya no perdona. Apenas levanta la vista del suelo, en una mirada que mira pero no ve, de la que se sirve tan solo para avanzar, a duras penas, en una línea más o menos recta. Parece un muerto que resiste entre un ambiente de vida presente y futura.
Le observo. Permanece de pie. Resopla. Maldice por dentro, en un hilo de voz, hastiado. La vida le empieza a quedar grande. La rutina le ahoga. Vuelve a resoplar. Y lanza su perorata. En realidad es lo que mejor hace. Habla de sexo y libros, de alcohol y mujeres, de drogas y tesis doctorales, en un discurso pausado, nostálgico, con un vestir de elegancia desfasada, dientes amarillos de nicotina, cabello canoso y poco cuidado. El último reducto del poeta arruinado en una buhardilla del París ilustrado, autor conspiranoico de una enciclopedia en la que ya no tiene nada que decir.
Se hace llamar maestro, pero sus clases no son buenas. Rozan la negligencia. Explica cómo matar con navaja. “Lo más importante es el giro de muñeca después de clavarla. Ahí es cuando lo rematas”, asegura. Y hace el gesto, con decisión. Lanza recomendaciones, como beber todos los días un vasito de sangre. La de la menstruación es su preferida, dice. Se remite a historias guatemaltecas, donde, según cuenta, está extendida la leyenda de que la sangre tiene efectos revitalizantes. Habla de las todas carreras y títulos que acumula. Explota cuando su auditorio desconoce el significado de la palabra “alifafe”. “¿Vosotros sois españoles o de dónde coño sois?”, espeta. Y comienza a dar la clase en francés. Y luego se enciende un cigarro.
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Sobre la pizarra hay una tela que sirve de pantalla para las imágenes del proyector. A poca distancia hay un hombre que explica. Dice palabras como “cibernautas” o “espacio virtual”. Difícil seguirle. Ha perdido la jerga de la juventud digital, se mantiene a gusto en el academicismo. Se afana por vender las bondades de la “revolución digital”. La mejor forma de empezar en el periodismo es abrir un blog, dice. El mundo digital está lleno de oportunidades para periodistas, continúa. “Podéis abrir una página personal o hacer una radio en casa y así ganáis experiencia. Todo es ponerse”. Experiencia. Joder, todo es ponerse.
Él mismo ha lanzado un blog donde pide a los alumnos que elaboren reportajes y los publiquen ahí. Mantiene la esperanza de que lleguen visitas a chorro. De que las redes sociales se hagan eco. Ir alcanzando notoriedad, que nuestros nombres se conozcan.
Terminado el curso, a aquel buen hombre, entregado a la causa, se le olvidó mencionar que los periodistas actuales viven bajo el yugo de los datos, los clicks y las analíticas en tiempo real. Que están sometidos al imperio de lo viral, a las listas de las-diez-habilidades-que-debes-tener-para-ser-rico. Que muchos han visto su oficio convertido en un proceso autómata, de replicar otras noticias, otros teletipos, otros vídeos… Que un logro es estar en “Lo más visto del día”. Que al mejor oficio del mundo cada vez le falta más resuello, aunque sigue siendo mejor opción que trabajar.
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Ha pasado un tiempo. Las últimas noticias que tengo es que al primer profesor le apartaron de la docencia. Recibió algunas quejas por parte de alumnos que no entendieron el papel que desempeñaba. Le consideraban un intruso en su avance académico. Un loco entre cuerdos.
El otro profesor, el “cibernauta”, supongo que conserva su puesto. Sigue animando a chavales confusos a que se abran un blog. Que todo es ponerse y ganar experiencia, joder. La aventura iniciática de una carrera exitosa. Los primeros peldaños, los más difíciles de superar.
Ambos hicieron esfuerzos encomiables, a su manera. Ninguno llegó a explicar en qué consistía todo esto del Periodismo. Pero yo, a partir de entonces, no he querido saber nada de los “cibernautas” y siempre llevo en el zurrón una navaja. Practico frente al espejo el giro de muñeca para el remate de gracia y soy consciente de que lo tengo dominado.
Ser periodista también consiste, muchas veces, en aprender a sobrevivir.
