Las manos en los bolsillos del pantalón no solo no consiguen el objetivo de pasar desapercibido, sino que muy al contrario atraen a las dependientas como si de una radiante flor se tratara: -¿Puedo ayudarle? - ¡No, gracias! La sonrisa que se gestaba ha sido abortada con tanta rotundidad que la chica gira sobre sus talones como una peonza lanzada con maestría sobre el suelo brillante. Miguel comienza a dar muestras de desasosiego, resulta agotador que a cada paso que da se le venga encima una dependienta ávida por mostrarle sus piezas dentales, cada nueva sonrisa le aturde como si le clavaran cientos de alfileres. Está a punto de abandonar cuando ve a medio camino entre la sección de deportes y el estirado dependiente, unas gafas de sol. Se acerca cauteloso de no ser sorprendido por la espalda y las toma en sus manos como el que sujeta un tesoro o peor aún, como si pretendiera robarlas. El dependiente no se ha percatado de su presencia o es que no se ha querido inmiscuir en asuntos que no le conciernen, aunque en realidad sí que le competen las compras que se realicen en su sección, o traten de ser pasadas por caja sin hacer efectivo su importe. - ¿Necesita que le aconseje? - ¿He pedido yo consejo alguno? - Disculpe pero me pareció que dudaba sobre el artículo que porta en sus manos. - Esto no es un artículo: “el o la” si lo serían, incluso me podría valer “un o una”, pero no gracias, no necesito su colaboración aunque…Y esto es una preposición, se preste usted a ello de manera totalmente desinteresada. El dependiente del traje oscuro se quedó turbado ante lo que le pareció un desequilibrado por lo que optó por alejarse de allí con tal diligencia, que no volvió la cabeza hasta que llegó a la zona deportiva.