ENTRANDO EN TERRITORIO FATA
Una de las asociaciones más habituales del bosque con el mundo sobrenatural son los seres elementales, ¿y quiénes son estos personajes? Son pequeños espíritus relacionados con los elementos naturales que conforman un paisaje, bien sea agua, flora, fauna, etc. Habitan en un plano distinto al humano, el que denominamos feérico, y al que no se puede entrar de cualquier manera.
El término fata proviene del latín —fâtum, -î, que podemos traducir por oráculo—, a su vez del vocablo francés fée, una palabra que sirve para designar a las hadas; por tanto, el plano feérico será aquel donde habiten estos seres. Habitualmente solemos imaginarnos a las hadas como pequeños seres benévolos, con alas y varitas concede-deseos, pero no siempre ha sido así. Antes de introducirnos a explorar el hábitat de los seres elementales, queremos hacer un recorrido a través de la figura del hada, sus orígenes y tipologías, para así comprender mejor por qué habita en unos lugares y no en otros.
Como ya hemos comprobado, la raíz del propio término nos da pistas sobre sus orígenes, ya que acoge en sí los significados de hado, predicción, suerte, destino o fatalidad. Por esta razón se ha querido ver en las hadas la influencia de las antiguas moiras griegas, parcas romanas o nornas escandinavas. Esta teoría se ve reforzada por la representación de muchas de ellas como hilanderas, tejiendo así el destino de los mortales. De igual modo, moiras y parcas están relacionadas con los alumbramientos, pudiendo decidir el destino del recién nacido. La asociación de estos seres con la fecundidad y la infancia permanecerá vigente en el tiempo, pues una de sus actividades más reconocidas es el rapto de bebés y su crianza en el plano imaginario.
Y si hablamos de destino y fatalidad tenemos que hablar de muerte, pues todo lo que nace en algún momento tiene que morir. Tanto parcas como moiras y nornas quedaron asociadas al intrincado hilo del porvenir y, por tanto, al tiempo. Pero su evolución dentro de este ámbito se difumina al entremezclarse con el fenómeno “aparición”. Y me explico. En un contexto pagano, en el ámbito cético occidental, hay teorías que relacionan a estos seres elementales con construcciones de carácter funerario, como son los dólmenes o los menhires, y cuyas pistas sólo nos quedan en la toponimia de estos lugares. Ya en un contexto puramente cristiano, los avistamientos de círculos de hadas en vísperas de todos los santos entrarán a engrosar el bagaje folclórico de la noche de muertos. Y es que las hadas, además de pulular alrededor de la Parca, están muy ligadas a la construcción, cuyo ejemplo más representativo podemos encontrarlo en la Melusina de Jean D’ Arras (siglo XIV) y la fundación de la villa de Lusignan.
De igual modo, y como ya hemos apuntado, la iconografía del hada ha seguido conservando su estatus de divinidad menor, siendo emparejada con un elemento natural o paisaje específico, pero ¿esto sólo ocurre en el plano mitológico-folklórico europeo? Rotundamente no. Naturaleza hay en toda la geografía planetaria y ésta tiene sus protectores allá donde se encuentre. Un buen ejemplo de ello son las yaksini de la tradición hindú, entendidas como genios arbóreos de gran belleza asociados a la fertilidad; los kodama en la mitología japonesa, los jînn de la tradición árabe o los ngen-mawida de la cultura mapuche. Tras un proceso de sincretismo derivado de los procesos de evangelización, muchos de estos seres se adaptaron a las nuevas religiones, asimilando así nuevos rasgos y orígenes. Es por esta razón que en leyendas recogidas en la Europa del siglo XIX pueden aparecer como ángeles caídos; o en el ámbito persa, donde podemos encontrar la asimilación errónea de las parian —pari, sing.— a los yazata o los deva. Estas líneas suelen ser bastante difusas, siendo muchas veces difícil de etiquetar a estos seres en un estatus u otro.
Otra teoría sobre los orígenes de estas criaturas nos dirige hacia Irlanda, más concretamente al Libro de las Invasiones. Allí encontramos a los Tuatha de Dannan —la gente de la diosa Dana—, una raza de dioses que vivieron en Irlanda hasta su expulsión por parte de los gaélicos. Este pueblo poseería habilidades mágicas y conocimientos de ciencias oscuras. Con la llegada de los gaélicos, emprendieron una lucha contra los invasores —como la que ya llevaron a cabo a su llegada a Irlanda con los anteriores pueblos establecidos, los Fir bolg y los Formorians—. El resultado fue la derrota de los dioses, pero por medio de un pacto, acuerdan con los gaélicos dividir la isla en dos mitades: la superior y la inferior. A partir de ese momento, su reino se encontrará bajo tierra, desde donde seguirán controlando las fuerzas sobrenaturales. Su contacto con la parte superior se llevará a cabo a través de los sídh, o túmulos mágicos. En muchas de estas colinas irlandesas podemos encontrar restos de construcciones funerarias datadas en torno al segundo o tercer milenio a.e.c. Y derivados de esta mudanza al plano subterráneo, encontramos a los Daoine Sidh, los dioses caído de los Tuatha, que progresivamente fueron disminuyendo de tamaño, aunque sin ser irreversible ya que podían cambiar de apariencia a placer. Conocidos como “gente diminuta”, son las criaturas más reconocidas del folklore irlandés y escocés: leprechaun, banshee, etc.
Este modelo de “gente mágica” no se circunscribe dentro de la imagen prototípica de ser elemental, pero ha tenido una importante influencia dentro de la literatura fantástica, véanse la raza de elfos tolkienanos, la historia de los hijos del bosque de Canción de Hielo y Fuego o el mundo onírico de Felurian, de Patrick Rothfuss; pero estos son ejemplos que abordaremos con detenimiento unas páginas más adelante.