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El héroe de Nadie sabe nada es atravesado por la peripecia y la aventura, la indolencia y el abandono, pero posee también la suficiente autoconciencia para analizarse y redimirse del laberinto por el que se ha ido precipitando en su errático existir. María Luisa es el nombre del antídoto a su coraza y a su indiferencia, es la joven presencia que lo remite a sus paisajes internos y que lo protegen del salitre, del yodo marítimo y la humedad que provocan el moho en las paredes de la gente que habita esa ciudad. La clarividencia de ambos personajes es la unión y la partida hacia otros rumbos en pos de la armonía y la autenticidad que tan fácil y burdamente son enturbiadas por los otros, como reconoce una de las involucradas en la trama de la ágil narración de Omar Ocampo: “ya no quiero seguir viviendo esta mentira en la que todos saben lo que tú haces, tú sabes lo que los demás hacen, pero pretendes no saber lo que te hacen, y nadie es capaz de ser honesto y decir la verdad… tampoco una, y te vuelves una más…”. Lejos de los arrebatos y las incertidumbres, del vacío y la falsedad, Bacalar y su laguna son el sustituto del paraíso perdido, el espacio propicio para el olvido del pasado y el terreno fértil para la vida contemplativa de la pareja de protagonistas. Ángel es el héroe transformado, una conciencia moldeada en sus ímpetus por una pasión que se fue forjando sin prisas pero sin pausas. Bien mirado, Ángel es hechura del amor que construye lo que inventa.

Carlos Vadillo, un muy buen amigo de Campeche, México, y colega de letras (ha publicado varios libros de cuentos y novela corta y además ha ganado varios certámenes internacionales de literatura en España), nada más saber que aquella novela con la que más de una vez le di la lata, me mandó esta crítica que me sorprendió gratamente. Y más me sorprendió porque más de una vez que me vio entrar al café con los primeros cuadernos, con la intención de leerle algún nuevo pasaje, él se escondió entre la maleza de varias plantas ornamentales para no ser visto. Para su mala fortuna yo por aquella época todavía conservaba una buena vista de lejos y siempre lo descubrí y, sin misericordia pero con cariño, le "sorrajaba" el nuevo pasaje que él soportaba estoicamente gracias a la cerveza que le invitaba. Divido su crítica en dos partes, para abrir apetito.

Ya desde el título mismo se percibe el registro irónico desplegado en esta primera novela de Omar Ocampo. El protagonista y narrador principal de Nadie sabe nada podría inscribirse dentro de la nómina de personajes vividores, tanto en el sentido del español mexicano como en la acepción del castellano. Ángel (otro guiño cómplice para los lectores) es un neopícaro posmoderno que ha huido de la ciudad de México y su violento estrés para arribar a una ciudad apacible junto al mar, en el sureste mexicano; desde este nuevo ámbito descubre otras congojas y a unas familias que se nutren de lo fingido, que se sumergen y regodean en sus falsos mitos, en sus propias mentiras y en un espíritu canalla que las envuelve. Ángel es un gozoso de la vida: acepta de buena gana los dones que el destino tiene a bien concederle y ha desarrollado la habilidad para escabullirse de las situaciones que se pueblan de nubarrones. Y no tiene pudor alguno en manifestarlo desde las primeras páginas en las que se confiesa practicante de diversos oficios artísticos, se declara aficionado a los bocadillos y a las bebidas gratis y, de ser posible, no desaprovecha la oportunidad de mantener contentas a mujeres insatisfechas y aburridas, hartas de sus altaneros y cabezotas maridos.