"(...) Desde el momento en que Lucía le contó a alguien que había pasado por su cabeza la idea de casarse, supo que ya no había marcha atrás. Pudo no haberlo dicho: pudo haber pensado en ello mil veces más, seguirlo pensando bien entrado el futuro, darlo vueltas y vueltas y que jamás llegara a materializarse, protegida su idea dentro de su cráneo. Pero desde el momento en que el pensamiento se deslizó por sus labios hacia el exterior fue consciente de que, irremediablemente, de un modo un otro, estaba forzada a cumplirlo, a seguir ese camino, aunque no hubiera ningún motivo realmente poderoso -aparte de la presión social- que la obligara a seguir adelante con aquello. Una vez hace años dijo que no pensaba casarse jamás. Decir que nunca se hará una cosa es el primer paso que lleva a su realización. Se dicen muchas tonterías. Cuando llamó por teléfono a su madre para comunicarle la noticia, pareció alegrarse. Su padre, que estaba divorciado y vivía con su mueva mujer y su hijo, pareció reaccionar más fríamente. Pero era cierto que su relación no era muy cercana y siempre es difícil juzgar cómo se sienten las personas desde la distancia.
Voy a casarme. Estas palabras fueron pronunciadas en Abril. El verano había llegado ya, aunque en Bromwycham, la ciudad de Inglaterra donde Lucía vivía, era difícil darse cuenta. En parte, esto le agradaba, porque odiaba sudar. Prefería salir a la calle envuelta en un abrigo; favorecía el anonimato y le evitaba las miradas indiscretas.(...)"