Todo viaje comienza con una sensación de vigilia mezclada con la ilusión por trasladarte a lo desconocido. La incertidumbre por ser capaz o no de resolver cualquier situación a pesar de una importante falta de visión me mantiene alerta. Sin embargo, las buenas vibraciones se apoderan de la situación en cuanto partes, y una plena felicidad hace que tu viaje en taxi desde casa hacia el aeropuerto sea como si un familiar fuera quien te acompañara para despedirte.
Así fueron mis primeros minutos de este viaje. Georgia y Armenia esperaban y el segundo y tercer volumen de Atlas habían comenzado de la mejor manera posible. El taxista que me llevaba, había trabajado en Georgia varios años, y guardaba preciosos recuerdos de la hospitalidad georgiana. Ya entonces, dicha felicidad, empezó a regalarme unos bonitos momentos.
Mi vuelo salía a las 00.00h en la terminal 4, por delante algo más de cuatro horas de avión hasta Estambul y una escala de dos horas antes de volar hasta Tbilisi, capital de Georgia.
Antes de subir al avión, una chica se me acercó preguntándome si necesitaba ayuda, ya que me movía con el bastón entre las puertas de embarque. Me invitó a sentarme junto a ella y me contó que era una periodista que viajaba buscándose a sí misma. Se llamaba Chus, y se dio una extraña casualidad, su asiento estaba justo detrás del mío en el avión, así que nos encantó compartir un vuelo entretenido, charlando de las perspectivas de la vida, y cosas así.
Llegamos a Estambul a la hora prevista, Chus se aseguró de que los asistentes del aeropuerto se ocuparan de mí y me llevaran hasta la siguiente puerta de embarque. Punto en el que me despedía de Chus no sin agradecerle de corazón su ayuda e intercambiarnos contacto para seguir nuestras aventuras viajeras.
En la sala de espera de asistencia, comencé a charlar con los trabajadores, y les conté mi proyecto; viajar por el mundo grabando sonidos, y de cómo mi primer volumen había sido Estambul.
Me acompañaron hasta la puerta de embarque y cuando me quise dar cuenta allí estaba un señor muy delgado con una hoja en la que ponía mi nombre. ¡Había llegado a Tbilisi! Al salir del aeropuerto cerré los ojos e inspiré bien profundo. El olfato es un sentido con la capacidad de trasladarnos a un momento concreto perdido entre lo más profundo de nuestros recuerdos. Quería registrar la esencia de Georgia para recordarla en cualquier momento.