«39,2 km»

Otra vez, otra puta vez. Es que no me jodas. Primero el móvil y ahora esto. NO-ME-JODAS. Nada, es que prefiero quedarme a dormir aquí a la intemperie te lo juro. Que sí, que lo sé. Que sé que cierra y el segurata me va a curtir a porrazos. Que le jodan tío. Acabo de perder el puto tren. Ya, ya. Tú dices eso porque vives aquí, en tu armoniosa casa, con tu armoniosa familia y tu armonioso bulldog. Que por cierto me ha babeado toda la pierna entera tío. Repugnante. Que no tío que no me quedo en tu casa. Porque no, ¿te parece suficiente? Tío que me entra un bajonazo que flipas cuando nos veo ahí, sentados en la mesa esperando a que tu madre nos sirva un plato de comida. Porque bueno sí, a ti te tiene que alimentar, es obvio. Pero yo. Yo no soy un perro lastimero al que le han abandonado en la calle una noche helada de invierno. Ya tío, pero es que parece eso. Parece precisamente eso. Que les doy pena. Que me alimentan y así curan sus almas. No exagero tío. Lo veo en sus miradas. Sólo les falta tenderme la mano para que les de un beso. Que no. Y punto. Haré autostop, o dormiré en ese banco o me meto en un cubo de basura. Son infinitas las posibilidades, de verdad. No te preocupes. Bueno ya lo sé, ya sé que me invitas y te lo agradezco. Pero no puedo soportar la idea de tener que sonreírle a alguien por salvarme el culo. Yo no necesito que nadie me salve el culo. Sólo necesito que no se me escapen más putos trenes en mi vida.