7 de enero en la casa de Sausalito, son casi las cinco de la tarde y aunque el día ha estado increíblemente luminoso, el sol se pone, porque así tiene que ser. A esa hora, entre lusco e fusco, como diría Saramago o Manuel Rivas, es cuando Isabel habla, cuando hay suerte, con Paula o con su mamá Panchita. A veces confunde las voces, a las que solo escucha en el corazón y su cabeza mezcla con amor. A veces les llama Violeta, Maya o Irene y todas esas mujeres bravas se le vuelven una.
Pero hoy no ha venido ninguna. El 7 de enero siempre es un día complicado. Mañana se pondrá delante de su computadora para empezar una nueva historia y todavía no sabe lo que va a escribir. Siente el nerviosismo de la novia en la primera noche de bodas, cuando eso tenía sentido. También se siente chocha por poner ese símil viejuno de la novia y no poder superar esta sensación de vértigo cada víspera del 8 de enero.
Ha creado un mito y es su prisionera. ¿Qué necesidad de poner fecha? Ella se la impuso, ella se la puede quitar. Pero no, allí está, viendo como empiezan a brillar las primeras estrellas, como se mueve el mar y ella no tiene todavía claro de qué va a hablar en su siguiente novela y eso la trae desquiciada todo el día. Le duele la espalda y el brazo y está muy cansada, aun así, sabe que no dormirá hasta que sepa por dónde empezar mañana.
Escucha ladrar a la perrita y sonidos en el pasillo. Se levanta agradecida del sillón, por lo menos dejará de darle vueltas a la cabeza.
En la entrada de la casa está Roger agarrando la puerta y fuera, una mujer llorando con la ropa y el cuerpo rotos por igual pidiendo auxilio. Entre Isabel y Roger la hacen entrar en casa y la llevan a la cocina.
—Voy a llamar a la policía —dice Roger enseguida.
—¡NO! —grita la desconocida, como si volviera de algún sitio lejano —. Por favor, no llamen a la policía, por favor.
—Bueno, tranquila, no llamaremos a nadie si tú no quieres, pero debería verte un médico —le dice Isabel con voz suave. Ve el terror en la cara de la mujer.
—Todavía no, todavía no…
Roger e Isabel se miraron unos segundos. Roger se dispone a preparar té e Isabel le habla otra vez a la mujer
—¿Quieres darte un baño caliente y vestirte con ropa limpia? Yo creo que eso te hará sentirte mejor. Aunque Roger me va a decir que eso no es buena idea porque puede haber pruebas y no sé que vainas más. Pero lo importante es cómo tú te sientes, querida, así que, haremos lo que tú nos digas.
La mujer asintió y aquella noche Isabel tendría historia para escribir, como cada 8 de enero.
Me ha encantado!
Saludos Insurgentes