Un día más me despierto en esta habitación oscura, la misma desde hace treinta años. Como cada día levanto la persiana, con la esperanza de que los primeros rayos de sol iluminen mi cara, pero hoy tampoco han querido concederme ese simple deseo. La alarma del reloj vuelve a sonar, con un impertinente tintineo que apago con un golpe; ya no volverá a molestarme hasta el día siguiente. Hoy, como cada día me siento en la cama, miro a un lado y al otro, pero solo veo oscuridad. Con mis pies busco las zapatillas, que deberían estar en el mismo sitio donde las dejé la noche anterior. Cuando por fin decido levantarme, me doy cuenta de que es Domingo. Los días, las semanas pasan casi sin darme cuenta, una oscura rutina que me sumerge en una profunda depresión. Pero no me puedo dejar llevar, tengo que superarlo y luchar, quizás algún día esta habitación se ilumine y me saque de esta eterna oscuridad.
Treinta años hace ya, desde que aquel accidente me privó de mi vista y me sumió en esta bruma y convirtió mi vida en una noche perenne. Mis libros, mis películas, mis juegos siguen ahí, pero ahora ya no puedo verlos.
¿Por qué mi habitación se ha convertido en un lugar tenebroso y triste?
