«Aithne»

Me llamo Aithne. Alguien me dijo que significa "fuego" y que es un nombre celta. Dicen que purifico el alma y ahuyento a los malos espíritus con tanta eficiencia como ahuyento a los animales salvajes que ponen a prueba a estos seres que me invocan cada año.

Me rodean, pero no resulta intimidante. Más bien veo en sus caras una combinación de bonitos sentimientos: esperanza, ilusión y alivio, junto con un toque de inquietud por el devenir.

Me atribuyen más poder del que tengo. Aprendí a mirar dentro de sus corazones, aunque en realidad son sus mentes embaucándoles. Apenas puedo colarme en los recovecos de esos sentimientos y pensamientos y darles calor. Descubrí que este poquito de calor tiene el poder de fortalecer lo bonito que ellos guardan y de convertir en cenizas el terror.

Una vez, conocí a Alba. Tenía unos veintiún años y se había quedado huérfana un par de meses antes. Si pudiera llorar, las lágrimas habrían brotado de mí al ver su corazón. ¿Podéis entender el miedo que tenía esa pobre criatura al verse sola y desamparada? Y no por ella, sino por su hermana pequeña. Dieciséis años de pleno pavo y habiendo perdido su pilar principal: su madre. Tenía tanto miedo a no saber guiarla y ayudarla, que se encogía por dentro. Nunca vi un temor tan grande, ¡y sé de lo que hablo!

Me costó muchísimo colarme entre las grietas del escudo que había hecho a su alrededor. El Temor se había hecho dueño y señor, hasta el punto de que definía la posición y valor del resto sentimientos. Me agazapé como pude entre ellos y soplé. El Temor se desestabilizó, tropezó con la Esperanza y, desconcertado, vio como empezaba a arder y a descomponerse.

Gritó, pidiendo explicaciones. Sonreí.

- Ya pasó tu momento.