«Al final de la calle»

El cielo se antojaba quebradizo cuando mis pasos se aventuraban entre los charcos. Mi mano izquierda sujetaba con esmero la solapa del abrigo, que revoltosa jugueteaba con el viento travieso. La derecha, hacía malabares con el paraguas, nunca vistos por el público callejero. Las iluminadas cafeterías rebosaban tanta gente que las mesas parecían jugar al escondite. Buscaba con la mirada mi candidato a refugio, obligado por el inclemente tiempo, que me marcaba la pausa del día.

Entonces la vi por primera vez, al final de la calle. Un discreto escaparate de madera envejecida, engalanado por una puerta vestida con relieves dorados. Por encima, el cartel levemente iluminado, exhausto por el paso del tiempo, remataba el escenario y decía: "Librería Los Deseos".

El dulce tintineo de la campanilla de la puerta me dio la bienvenida, respondiendo al suave  empuje de mi cuerpo, mientras mis manos doblegaban al paraguas. Los húmedos zapatos, chasqueaban tímidos, en el agradable suelo de madera bajo mis pies, cuando la librera me regaló su empática sonrisa. Inmediatamente el aroma de los libros inundó mis sentidos, cual café recién molido.

Me perdí entre los estantes buscando los tesoros escondidos, en forma de palabras, que con esmero los autores habían esculpido entre sus páginas. Fue entonces cuando encontré el libro que tambaleó mi vida. Su cubierta era un espejo, la portada reflejaba mi cara sorprendida por tal hallazgo. No tenía título pero la librera aseveró: "Todos deberían tenerlo". Lo abrí ensimismado por su belleza inesperada y su primera frase me cautivó para siempre:

"Nunca olvides que tu vida es el reflejo de tus deseos y el protagonista eres tú"