
Hacía un par de semanas que comencé esa rutina, me encantaba caminar cuando la ciudad estaba dormida, sumidaa en mis pensamientos e intentando poner un poco de orden en mi alocada cabeza
Esa noche decidí cambiar mi ruta y me adentré en un pequeño parque a unas manzanas de mi apartamento, no sé qué me llevó esa vez a elegir ese rumbo ya que las anteriores veces había seguido el mismo recorrido, solo sé que esa noche cambió mi vida para siempre.
Me adentré en la penumbra del parque, ya que la mayoría de las farolas desprendían una luz muy tenue y apenas se distinguía nada, enfoqué mi vista hacia un viejo banco,entrecerré un poco los ojos para habituarme a esa oscuridad y entonces lo ví, en aquel asiento algo raído había alguien, me acerqué sin titubear, empujada por mi curiosidad y solo pude atisbar a un chico, no supe adivinar el color de su pelo, de su piel...solo pude ver los ojos más tristes que había visto en toda mi vida, algo me incitó a sentarme en el otro extremo del banco junto a aquel desconocido.
Pasaron horas sumergidos en un extremo silencio,que para nada se sentía incómodo a pesar de la extraña situación, cuando hice amago de levantarme para volver a casa, el desconocido me agarró de la muñeca.
-¿Vendrás mañana? - Asentí con la cabeza y me marché sin apenas mirarlo.
Pasaron los días y el sentarme con aquel extraño en ese banco se fue convirtiendo en una costumbre y aunque no nos decíamos nada, en el silencio de la noche nos acompañabamos mutuamente y aunque pueda parecer algo loco, me reconfortaba como hacía mucho tiempo que no lo hacía nada ni nadie.