Era un día de sentimientos encontrados. Mi novia y yo realizábamos el trayecto de la línea 102 en el día de su cierre. Por un lado, nos sentíamos orgullosos de haber tenido la oportunidad de viajar en el mismo tren, que tantas veces había conducido mi abuelo hasta su destino pero, por otra parte, la melancolía de ver desaparecer aquella ruta, nos embriagaba por completo.
A mitad del camino, nos detuvimos en una estación y bajamos a estirar las piernas y alejarnos, un poco, de todo el ruido mediático que nos acompañaba aquel día. En el exterior, el sol justiciero de julio, marchitaba los pocos brotes verdes que todavía resistían al calor del verano castellano, por lo que accedimos a la estación y nos sentamos en uno de los bancos a esperar.
Nos despertó el sonido de la bocina del tren, que partía del apeadero. Corrimos hacia el andén, tratando de evitar que se fuera sin nosotros, pero las puertas de la terminal estaban cerradas. Nos encontrábamos atrapados, en medio de la nada, en una estación que iba a ser demolida al día siguiente. ¿Qué iba a ser de nosotros? Gritamos, sin éxito, intentando encontrar auxilio en alguien que se encontrara cerca, pero, ¿quién iba a haber quedado allí, en aquel lugar recóndito, con la que estaba cayendo? Debíamos encontrar la manera de escapar, cuanto antes, de aquella cárcel porque, incluso hallando una salida, tendríamos que buscar cobijo antes de que cayera la noche o podríamos vernos sorprendidos por alguna de las manadas de lobos de la zona.
Pensamos, unos minutos, hasta que encontramos una solución. Elaboramos una llave que nos permitió desanclar uno de los bancos del suelo y, con él, golpeamos la puerta hasta que cedió.
Logramos la ansiada libertad pero, todavía quedaba mucho camino por recorrer.
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes