Miguel Acosta

«Aullidos del bar.»

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¿Puede un borracho decrépito afincado a la barra de un bar de mala muerte en la sucia periferia de la ciudad?

Con esta premisa arranca mi ensayo, un conjunto de aforismos. Aquí traigo de muestra los cinco primeros. 


[1]

Tanto esfuerzo en aparentar felicidad y forzar las mejillas con una sonrisa que tiene más de mueca; cuando, a la vez, nos resulta tan interesantes las almas que sufren y viven atormentadas, todos nuestros héroes, más bien fetiches, viven su odisea de dolor interno; ya no queremos ser héroes, queremos ser insectos aplastados por titanes, que cual Atlas cargan el peso que está en su espalda. Queda divinizado el sufrimiento, ya no es digno del mero humano.

 

 

[2]

Viendo como está el percal, sólo me queda una bala en la recamara; para salvar a la humanidad resulta imperativo que yo mismo me subvierta en ejemplo de su esperanza. De esta forma ser bueno es una condena. Soy, pues, un penitente, un sacrificado. Y ver los actos propios con un matiz de soberbio orgullo; que poco me han dado a mí, mas cuanta luz han dado al mundo.

 

 

[3]

Es importante hacer concesiones en el amor, si un amor no te ha costado nada resulta fácil dejarlo atrás; el abandono sale gratis.

 

 

[4]

Aquel hombre incorruptible, casi santo, era el extraño caso de un zombi; le habían matado muchas veces, no obstante siempre se volvía a levantar obcecado en continuar esa extraña forma de deambular sin un latido en las venas. Y siempre buscando un buen cerebro de mujer al que echarle un bocado, con el que alimentar su cuerpo de algo de ilusión. Zombi e iluso su cuerpo se pudría por desuso, hediendo el aire con la pestilencia tóxica de un fracaso, de un desesperado.

 

 

[5]

Como un necio caí en la cuenta en algo que siempre supe, pero que no era capaz de imaginar. La palabrería está por todas partes. Siempre había sido consciente de la basura que suponía mi propia verborrea: una poética sin capacidad de poyesis, sin intranscendencia, sin peso. Sin embargo he me aquí, cayendo repentinamente en la cuenta. ¿Y la palabra de ese otro que tengo enfrente? Acaso valen de algos sus sucias promesas cuando están con un puñal envenado en la mano. Los hombres son seres perversos, inhumanos; un hombre es tan bueno como lo es su palabra. Y la palabra, sea cual sea, no vale absolutamente nada.

Miguel Acosta
Escritor aficionado. Humorista sin gracia. Poeta de la podredumbre. Mi…
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