«Complejos»

Ángela corría como no recordaba que había corrido nunca. Aunque esto no era garantía de velocidad, ya que su cuerpo daba para lo que daba. No tenía suficiente con el complejo que llevaba casi de serie, sino que encima llegaría toda sudada. "Por favor, por favor, que no haya nadie en el asiento de al lado". La distancia desde el museo hasta la estación no era muy grande, pero ni su sobrepeso ni el hecho de estar en una ciudad desconocida ayudaban a llegar lo antes posible. Todo lo contrario.

Dio el último giro y, por fin, vio la estación, pero el semáforo de peatones estaba en rojo. Se paró mientras veía como un tren empezaba a moverse. "No, por favor". Semáforo en verde, se imaginó a sí misma en clase de gimnasia pero esta vez ganando, mientras su compañeras flipaban. Pero ni siquiera siendo delgada hubiese sido más rápida que un tren. Llegó al andén pero era demasiado tarde. Ya se lo imaginaba, pero aun así comprobó en la pantalla que se trataba del suyo y que, encima, era el último del día. No estaba en su ciudad, caminar no era una opción. Tenía que hacer algo.

Salió de la estación y y se puso al lado de la carretera con la mano extendida y el dedo pulgar hacia arriba. Nunca había hecho autostop y su complejo quería frenarla, pero la desesperación y la angustia habían ganado la batalla. Se paró un coche y el conductor se bajó enseguida para mirarla de arriba a abajo. Le dio mala espina pero, ¿qué podía hacer? "Eres muy guapa", le dijo el hombre una vez habían arrancado. Nunca le habían dicho algo así, siempre se reían de ella. "En serio", insistió él. Ella sonrió. Fue lo penúltimo que hizo en su vida.