Acabo de tener la experiencia más aterradora que haya tenido nunca.
Estoy de viaje en un pueblito pesquero. Anoche, un lugareño me habló sobre una librería especializada en las obras de Lovecraft. Me sentí entusiasmada, ya que soy fan.
Me presenté allí al día siguiente. El edificio era viejo, con las ventanas tapiadas. Al llamar a la puerta, ésta se abrió de par en par. Entré. Era una librería pequeña, inundada de velas aromáticas. En las paredes colgaban cuadros de distintos monstruos de la mitología lovecraftiana. Eran espeluznantes, cosa que me encantó.
Cogí una palmatoria y me dispuse a investigar. No encontré el nombre de Lovecraft en ninguno de los libros y desconocía el idioma en el que estaban escritos.
En una de las estanterías vi una antigua estatuilla de Cthulhu. No sabría decir de qué material estaba hecha. De la emoción, susurré las palabras “Cthulhu ftang”.
De pronto, se escuchó un chasquido seguido de un sonido chirriante. Debí haber activado algún mecanismo. Recorrí la estancia con una mezcla de temor y excitación.
Una de las cajoneras se había deslizado sobre unos raíles oxidados, dejando al descubierto una trampilla en el suelo. Mi curiosidad innata me empujó a aventurarme al interior del oscuro pasadizo.
Bajé las escaleras mientras me acompañaba un olor a pescado cada vez más intenso. Llegué a una especie de cueva subterránea en la que había un pequeño lago iluminado con antorchas.
Entre columnas de piedra y gruesas cuerdas de cáñamo, vislumbré un altar y unas grotescas figuras basadas en los dioses primigenios.
Me acerqué a la orilla para inspeccionar el lugar observando que un pez de tamaño considerable asomaba en medio del lago. Cuando detectó mi presencia, pude ver cómo emergían unos brazos y torso humanoides bajo su cabeza escamosa. Aterrada, salí corriendo de aquel espantoso lugar.
Saludos Insurgentes.