«Cuando los sermones no sirven para nada»

“Un día te levantas y descubres que la mitad de tu vida se ha esfumado. No sabes cómo ha ocurrido, pero llevas casada 25 años, y has tenido 8 hijos entre disgusto y disgusto”, nos explica mi abuela con sinceridad y desparpajo.

Mi abuela siempre suelta ese tipo de joyitas sin inmutarse. Creo que lo hace para reforzar esa idea que nos lleva inculcando a mi hermana y a mí desde que tenemos uso de razón: evitar a los hombres a toda costa.

No es que odie a los hombres, ni mucho menos. Pero ella quiere que nos alejemos de aquellos chicos que podrían ocupar un lugar en nuestro corazoncito. Muchas veces, para acabar con su discurso de “mujer independiente”, acaba imaginando y explicándonos las posibles vidas que habría tenido si no se hubiera casado con mi abuelo.

“Si yo no me hubiera casado con mi Julián, ahora estaría en las tablas cantando sin parar”, nos argumenta para que no perdamos tiempo en el mundo masculino y persigamos nuestros sueños.

Creo que le da rabia aceptar que cuando encontró a mi abuelo le dio igual todo lo demás. Esa futura cantante cambió las tablas por otras aventuras, y aunque no lo quiera aceptar, lo hizo y lo volvería a repetir.

El amor nos estremece, juega con nuestros sentimientos y mueve fichas sin que nosotros nos demos cuenta. Y cuando llega esa persona de la que tanto te hablaron y con la que alguna vez soñaste, renuncias a aquellas cosas que para ti eran innegociables.

Y por eso, y pese a haberme criado entre sermones reivindicativos, yo también estoy entre la dialéctica de renunciar a la residencia artística por irme a buscar a esa chica que me removió el estómago entero nada más verla. Lo difícil será explicárselo a mi abuela.