«Cuando ya no queda nada»

CUANDO YA NO QUEDA NADA
La puerta se cerró de golpe, siendo el punto y final a muchos años de silencio, de palabras mal dichas, de descaros poco escondidos, de esos días en los que la lluvia te moja la nuca, convirtiéndose en una tormenta, con  libertad de movimiento para destruir todo lo que un dia juntos construimos. 
Cuando ya no queda nada, solo nos queda empezar de nuevo, dejar ir,amar o morir. 
La puerta se abrió, siendo la letra mayúscula de un nuevo capítulo por escribir. Una gota de lluvia mojo mi nuca mientras un violín sonaba en el piso superior, y eso me hizo comprender que una página en blanco se estaba abriendo ante mí, sin comas, sin puntos, y sobre todo sin reproches ni condiciones.Aquel verano decidí que iría a la isla donde pasaba las vacaciones en mi infancia, necesitaba volver a sentir aquel aire con olor a sal, el calor del sol sobre mis hombros, volver a ver los tonos rojizos mezclados con el azul del mar al esconderse el sol para dar paso a su amada luna, necesitaba reencontrarme con mi gente, pero sobre todo necesitaba volver a ver a Marco.Ese mismo día, y con quince días de vacaciones por delante, compré un billete de ida y vuelta a Ibiza, reservé una pequeña casa en Santa Agnés de Corona por diez días , y un scooter para poder desplazarme sin tener que depender de los autobuses de la isla y poder moverme libremente. 
Estaba nervioso. El avión estaba llegando. No había avisado a nadie de mi llegada, quería sorprenderlos, y a la vez no quería estar obligado a ver a nadie si a última hora no me apetecía. Llevaba maleta de mano, así que fuí directamente al pequeño box de alquiler de vehículos, un trámite rápido que resolví en treinta minutos, y sin darme apenas cuenta estaba montado en mi scooter camino a Santa Agnés de Corona. Estaba anocheciendo,