Esperanza Alonso Campos

«Cuento de terror»

1127 palabras
9 minutos
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Es un día cualquiera de un mes de febrero cualquiera. Son las 22 horas y por las calles ya hay poco movimiento, prácticamente ninguno. Solo en el centro de la ciudad se podría decir que hay algo de vida. En el resto de calles es como si se hubiera activado un toque de queda que haya obligado a abandonarlas y solo los rezagados las transitan con paso rápido. Nadie se detiene, nadie observa.

No hay tráfico, no hay ruidos y apenas hay luz. Únicamente las farolas alumbran tenuemente las aceras, ninguno de los escaparates de los comercios sigue encendido, tampoco los carteles luminosos. Hace frío, lo normal de un mes de febrero, y viento. No es una corriente fuerte pero lo suficiente como para provocar un estremecedor ulular.

María vuelve del trabajo como siempre, aunque hoy se le ha hecho más tarde por culpa de esa tediosa reunión. Está enfrascada en sus pensamientos, sobre todo relacionados con el trabajo, como si su cerebro no pudiera esperar a la jornada del próximo día. Apenas está a diez minutos de su casa a pie. Llegará, se dará una ducha, se pondrá el pijama y cenará cualquier cosa. Con las prisas no dejó nada preparado y ahora no hay nada ya abierto, le servirá cualquier cosa que haya en la nevera. Le duelen los pies y la cabeza, solo quiere llegar a casa, quitarse los zapatos en el recibidor y tomarse una pastilla.

A solo dos calles de su destino una sensación de desazón la envolvió. Una señal de alerta se activó en su mente por un instante. Sin bajar el ritmo de sus pasos miró alrededor y comprobó que ahí estaba él. El mismo hombre que le había provocado un sentimiento de intranquilidad cuando lo vio por primera vez. De eso solo hacía apenas unos minutos, al salir de la oficina. Al cerrar la puerta del despacho lo vio en la esquina de la calle. En ese momento ya le pareció que la observaba de manera inquietante. No sabe explicar qué es lo que le pareció perturbador en él pero su instinto se activó en ese mismo instante. Aunque decidió no hacer caso a esa sensación y continuó con sus pensamientos.

 Y ahora se encuentra a solo unos metros por detrás de ella. ¿La está siguiendo? – Son solo imaginaciones – se dice así misma para intentar despojarse el miedo que la perturba y le impide pensar con claridad.

Acelera un poco más el paso y decide cruzar de acera para ver cómo va a reaccionar el hombre. Él aumenta también la velocidad de su paso y, aunque no cruza, la sigue por la otra acera sin quitarle la mirada de encima. 

María busca en el bolso sin aminorar el paso. Tiene la esperanza de encontrar algo en él que la pueda ayudar en este momento. Lo único que encuentra que le da cierto aire de seguridad son un manojo de llaves. Las saca y las coge con fuerza como si de un puñal se tratara. Al darse cuenta de lo inútil de su arma comienza a reír. Con una risa histérica y nerviosa que le dura apenas unos segundos. Sigue buscando en el bolso y coge el teléfono móvil, eso sí, sin soltar su arma improvisada con llaves, tal vez funcione. Desbloquea el teléfono con una habilidad inconsciente y manda un mensaje de audio a su grupo de amigas: “Creo que me siguen” 

Vuelve la vista a la acera de enfrente y el hombre ya no está. No hay nadie. Un suspiro de alivio se escapa por su garganta y reduce un poco el ritmo. Sus amigas le preguntan: ´- ¿Estás bien? – Todo bien, falsa alarma” En ese momento, una mano aferra su brazo derecho. Contiene un grito mientras la mano le hace detenerse y girar sobre sí misma. Y ahí está ese hombre esgrimiendo una navaja en su mano libre.

- Deme su bolso – le grita con voz ronca. María le mira a los ojos y siente todavía más temor. No encuentra cordura en esa mirada.

En décimas de segundo, María mira a su alrededor y comprueba horrorizada que no hay nadie para pedir auxilio. Mira de nuevo al hombre y baja la mirada a su bolso.

-¿Estás sorda? – le vuelve a gritar apretando con fuerza el brazo de María – Que me des el bolso, ¡zorra!

María levanta el bolso en señal de rendición y el hombre afloja un poco la presión en su brazo. Cuando está a punto de cogerle el bolso María lo lanza sobre la cara de su agresor y, por instinto, le lanza una patada hacia la pierna golpeándole la rodilla. El hombre cae de rodillas mientras se echa las manos a la nariz donde le ha golpeado la hebilla del bolso haciéndole una pequeña herida. 

María empieza a correr, sin mirar atrás y en dirección a su casa. El hombre levanta la vista y con unos ojos llenos de odio mira a su víctima salir corriendo. Se apoya en el suelo y consigue ponerse en pie. Empieza a perseguir a María. Por suerte, María todavía conserva el teléfono y sus llaves. Llega hasta el portal de casa, sabe que él se encuentra cerca. Lo escucha jadear e insultarla. A ella le tiemblan las manos y aunque ha encontrado a la primera la llave le cuesta encajarla en la cerradura. 

Finalmente consigue abrir en el momento justo que va a ser cazada, cerrándole la puerta a su agresor, casi golpeándole en la cara. El hombre se ha vuelto loco y comienza a golpear la puerta mientras sigue insultando a María. El bolso no era lo que él deseaba, quería hacerle daño. María echa un paso atrás, resbala y cae al suelo. Sigue mirando horrorizada a ese extraño que desea alcanzarla. Llora sin consuelo, está histérica. Logra contenerse lo suficiente como para coger su teléfono y llamar a la policía. 

Después de unos horribles minutos el hombre desaparece y la calle se vuelve a quedar vacía. Ella no quiere salir, no se atreve. ¿Se habrá escondido? Un poco más tarde llega la policía y le toman declaración, han encontrado su bolso unos metros más atrás, en el mismo lugar donde lo lanzó. No se han llevado nada. María solo puede describir al hombre, no lo conocía, no sabe su nombre, no sabe nada de él, hasta ese día no lo había visto nunca.

Desde ese momento María tiene pánico a ir sola por la calle, sobre todo, si es de noche. Siempre hay alguien que la acompañe y, aunque sea de día, siempre sujeta sus llaves como si se tratara de un arma. Cada ruido la sobresalta y piensa que la siguen por todas partes. Ve a ese hombre en cada calle, en cada esquina, en sus pesadillas.

Esperanza Alonso Campos
Desde pequeña me he sentido atraída por la lectura y la escritura. No me atreví a publicar con…
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