En el vasto horizonte que la llegada del crepúsculo muestra, se alzan majestuosas las montañas, firmes como antiguos guardianes de la tierra. Sus cumbres acarician las nubes, tocando el cielo con su esencia y libertad. En ese punto del paisaje ocre, la brisa acaricia mi rostro, susurrándome historias ancestrales, mientras mis pies se hunden en la arena dorada.
La tierra envuelve mi mente, susurrando secretos en cada grano de arena. Camino con mi pensamiento, sintiendo la fuerza del viento que acaricia mi rostro y me regala su fragancia. Mi imaginación se detiene frente a un río cristalino, que fluye como un remolino con su melodía. Siento que el agua danza al compás de mis sentimientos, llevando consigo la huella de los sueños perdidos.
El aire, fugaz y misterioso, se enreda entre mis dedos como una caricia a contraviento que guía mis pasos hacia nuevos horizontes, y me descubre nuevos caminos. Entonces cierro los ojos y me dejo llevar por su abrazo infinito.
Ahora, en las alturas, las aves surcan el aire con delicadeza. Sus alas son como pinceles que pintan el lienzo celeste de gris oscuro, dibujando siluetas extrañas y mágicas. En su danza, las aves encuentran la libertad que todos anhelamos. Y es en ese instante cuando me elevo en mis pensamientos, dejando que mi alma se pierda en el cielo, mientras mi cuerpo sigue anclado a la tierra y se funde en un abrazo eterno, en una danza inmortal. Siendo como dos fuerzas que se complementan, y, sin embargo, siempre se anhelan. La tierra nos da raíces, nos nutre con su esencia y el aire nos regala alas para volar con nuestra inspiración y vitalidad.
En el eterno de baile de elementos, encuentro mi lugar. Mis pies en la tierra y mis sueños en el aire. Me conecto con la esencia de la naturaleza y, como un ave libre, vuelo en el infinito cielo de mis pensamientos y encuentro la armonía de la vida. La poesía de mi existencia se revela en cada paso que doy, en cada suspiro. Y en la eterna danza donde se mezcla la tierra y el aire, encuentro mi camino.
