El acantilado es el único lugar donde el silencio se vuelve memoria. Más allá del horizonte viajaron mis sueños en una maleta y desde entonces vengo aquí para seguir recordando. Porque el amor es un espejo cuyo reflejo desaparece con la distancia, pero siempre quedan las huellas del camino que nos recuerdan que siempre existe una oportunidad para ser feliz.
El atardecer muestra su inmensidad sobre un mar en calma. Hace semanas que una muchacha de ojos verdes y mirada triste se sienta en el otro extremo y observa el fuego del sol apagarse tras el agua. Cuando nacen las estrellas, regresamos al olvido, uno buscando el norte y el otro dirección al sur sin una brújula que nos dibuje el camino.
Esta noche el sol se ha marchado más tarde, pero el fuego no se ha apagado del todo. En la playa, bajo las rocas que nos amparan, las hogueras se han encendido para contarnos que San Juan ha regresado para bendecir las aguas y mojarnos el recuerdo. Con una sonrisa, me dispongo a bajar a la orilla mientras escucho el eco de unos pasos que no son los míos.
En su mirada reconozco el dolor de un pasado ya perdido y en su sonrisa me reencuentro con la esperanza de un nuevo día. Tiendo mi mano y juntos encontramos la arena húmeda y el calor del fuego. La gente canta y baila. La sonrisa nos empuja a buscar otra oportunidad. El espejo nos muestra las huellas del camino y mientras borramos el pasado nos regalamos un beso con sabor a futuro. Nos sentamos en la arena esperando que el amanecer pinte de nuevo el mar de naranja intenso. El acantilado ha quedado atrás y el abrazo se convierte en la brújula con la que dibujar un nuevo camino.
Saludos.
Gran reflexión narrativa, el final es naranja intenso...por cierto preciosa frase.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes