Y allí estaba ella, la mujer que tantas vidas había salvado y que tanta tranquilidad había devuelto a la ciudad, capturada por el villano más peligroso de todos lo que, hasta ahora, se habían cruzado en su camino.
Encerrada en una jaula, en un sótano de cualquier edificio en algún punto escondido entre las cientos de calles de Madrid. Una jaula de cristal que le permitía ver lo que ocurría a su alrededor y que, creyendo que eso le daría cierta ventaja para poder escapar, la sumiría en el mayor de los dilemas al que jamás se habría tenido que enfrentar.
Su captor, el Malvado Neptuno como se hacía llamar, llegó a su morada de madrugada después de haber hecho que los viandantes de la Gran Vía entraran en pánico al verlo actuar. Pensando que Dragonfly Woman dormía en su jaula, bajó hasta el sótano donde ocultaba todo su material de malhechor y se quitó su traje para guardarlo en el arcón acorazado.
Ella, mirando por el rabillo del ojo para intentar buscar algo que la ayudara a escapar, se quedó paralizada al ver el rostro de aquel hombre. No pudo hacer otra cosa que abrir sus grandes ojos, sentarse en una de las esquinas del cuadrilátero con las piernas dobladas y las rodillas entre sus brazos y mirarlo intensamente.
¿Sería capaz de encontrar una salida y enfrentarse a él o, por el contrario, se rendiría a aquel fuerte sentimiento de amor y pasión que, durante tantos años, llevaba sufriendo en silencio por su vecino y que, ahora, había resultado ser su captor y peor enemigo?
