“Librería Lámpara Mágica: Haciendo realidad tus sueños”. Las letras del cartel estaban pintadas con un rotulador dorado, lo que hacía posible su lectura desde la acera de enfrente.
Mentiría si dijera que aquella ostentosa estrategia de marketing no me cautivó al instante. Siempre me había fascinado la magia. Por eso, entré a la tienda con tanta ilusión y, también por eso mismo, el brillo entusiasta de mis ojos se apagó en cuanto me di de bruces con la realidad.
El sitio no tenía nada especial. Era una librería al uso.
Pasé allí toda la tarde, invadido por un sentimiento de decepción. «¿Lámpara Mágica? ¡Un cuerno!». Aquel día me marché indignado, pero lo cierto es que volví.
Volví día tras día, mes tras mes, incluso año tras año. Algo me decía que detrás de ese nombre enigmático había un secreto que anhelaba ser desenterrado. ¿Una corazonada, como las de los inspectores de las novelas negras? Sí, justo así.
—Tienes que creerme, tío.
—Lo que creo –respondió mi amigo tras escuchar mi teoría– es que ves demasiadas pelis. Quiero decir, ¿qué coño te piensas que va a haber? ¿Un libro conectado a un interruptor que activa un portal dimensional y que está tan discretamente colocado en la estantería que nadie ha reparado en él?
No sé si lo hizo a propósito, pero os juro que lo clavó. Apenas había acariciado el lomo del libro cuando la pared empezó a girar sobre sí misma, dejando al descubierto una puerta de color áureo. Tiré del picaporte y crucé el umbral.
Nunca olvidaré lo que vi. Corazones palpitando, personas llorando, revólveres, dragones, fantasmas y naves espaciales. Todo reunido en un mismo espacio.
—De tanto frotar la lámpara, acaba saliendo el genio –la voz me sobresaltó. Era el dependiente– Enhorabuena, has llegado al lugar más caótico y maravilloso del mundo: la imaginación de un escritor.
Relato ligero y conciso, enhorabuena.
Saludos Insurgentes