«El libro de las respuestas»

Andaba por la calle Pergamino cuando vio una puerta de maciza madera, bellamente tallada, donde antes solo había un muro. Dudó un momento pero la curiosidad le impulsó a entrar.

Se encontró con un estrechísimo pasillo, cuyas paredes estaban forradas de libros. Al empezar a transitarlo percibió cierta inclinación, pareciendo hundirse en el subsuelo. Tras un rato de recorrido dio con el dependiente, de aspecto anciano. El joven se dispuso a hurgar entre los libros hasta que le sorprendió un título cautivador:

El libro de las respuestas.

El gran tamaño del ejemplar dejaba a la vista una tapa dura de terciopelo morado. Por el grosor del lomo se imaginó no menos de mil páginas. Se le aceleraron las palpitaciones por el anhelo de abrirlo. Miró al señor de la entrada, que parecía empezar a recoger.

Debía darse prisa.

Cuando fue a liberar el libro se dio cuenta del peso. Sus brazos cedieron al tenerlo en el aire, pero reaccionó a tiempo evitando la caída. Sobre una mesa abrió la tapa y encontró un trozo de papel escrito:

«Para los buscadores que cien veces dejaron de creer pero siempre volvieron a confiar».

Empezó a pasar las páginas, pero no tenía sentido. Se dirigió al librero:
—Creo que este libro es defectuoso.
—¿Por qué lo dice?
—Fíjese, todas las páginas en blanco.
—Y así continuará para el lector que no confíe.
—¿Confiar en qué?
—Mire, lléveselo, ya me lo pagará. Cuando tenga alguna pregunta, hágasela al libro, cierre los ojos, y veremos si le contesta.
—Eso es absurdo.
—Entonces, no me haga perder más el tiempo.
Volvió a mirar el papel pero ya no estaba la frase escrita. No puede ser, se dijo.
—De acuerdo, me lo llevo. Pero ¿cómo voy a...?
—Olvídese del cómo. Empiece a confiar en que todo lo que aparezca en su vida está bien y es necesario, y las respuestas irán surgiendo en el libro.