Nunca me ha gustado comer en el vagón restaurante. Demasiado silencio para tan poca solemnidad y demasiado vaivén para mis deseos de tranquilidad. Pero la misión me ha llevado a viajar en tren y he de vigilar con detalle a la señora Friedrich. Ella es quien porta el manuscrito y yo he conseguir que llegue a buen destino pese a que no se separa ni un solo segundo de su maletín.
La boca aún me sabe a los besos de Rachel. Fue una casualidad encontrarla en el andén y una causalidad que terminase retozando conmigo en el coche cama. La perdí de vista cuando me desperté, pero confío en que se haya quedado con ganas de más y esta noche vuelva a golpear en mi puerta.
La señora Friedrich devora el faisán en salsa y yo mastico despacio mientras controlo el maletín e intento estar atento a cualquier movimiento sospechoso. Hay una joven de pie junto a ella. Hablan afablemente aunque no recuerdo haberla visto antes hablar con nadie. Los informes no decían nada de hijas, sobrinas, ni jóvenes conocidas. Lleva la cabeza cubierta con un pañuelo y, de espaldas, no soy capaz de identificarla.
En un descuido, cuando se ha ganado la confianza de la señora Friedrich, ha deslizado su mano hacia el maletín y ha extraído el manuscrito como quien saca un dólar de su billetera. Así de fácil. Con un rápido juego de manos, cambia el legajo de posición, desde la espalda hasta el pecho y se despide cortésmente.
Cuando pasa junto a mí, abrazada a los papeles, me dedica una sonrisa y me guiña un ojo. No me hace falta más para reconocerla. Es Rachel. Con que esas tenemos. Yo también sonrío. Parece que el trabajo va a ser aún más divertido de lo que esperaba.
Me ha gustado.
Saludos Insurgentes
Tendrá que andarse con ojo con esa tam Rachel jaja