«El último libro»

El primer libro que tuve fue uno del colegio que nos obligaron a leer en clase de Literatura. Cuando lo tomé, noté que me temblaban las manos. Era una señal.
Me aficioné a leer y a coleccionar libros. Investigué sobre autores, probé todo tipo de géneros e incluso intenté escribir un libro; pero la sensación más mágica era siempre la de entrar a una biblioteca y navegar por los pasillos. Me sumergía en las estanterías.
Un día, cuando llegué a casa, me fijé en que mi estantería estaba ya llena. Entonces se me ocurrió la mejor idea de la historia, crearía mi propio espacio mágico. Uno solo mío. 
Cada libro que entraba, cada historia nueva tenía un espacio en mi pequeña librería. Lo mejor era, que el espacio no se acababa. Era infinita. A veces se perdían los libros, pero siempre volvían a su lugar. Todos dejaban una huella imborrable.
Los años pasaban y mi librería albergaba casi todos los libros del mundo. Solo quedaba uno por colocar.
Lo malo era que mi memoria ya fallaba y mi librería empezó a hacerse más pequeña. Las historias desaparecían de ella. Estaba tan cerca de tener en mi rincón mágico todos los libros del mundo...
La última noche de mi vida, mi nieto se acercó a mí sonriente.
—Abuela cuéntame una de tus historias.
—Ya no quedan pequeño. La librería a desaparecido por completo.
Y fue en ese instante cuando cerré los ojos y no volví a abrirlos, aún con la esperanza de encontrar ese último libro.