«Elección»

¡Rafael! La campanilla volvió a sonar.¡Rafael! Entró a la habitación con la respiración entrecortada. No quería delatar su cansancio. Subir las escaleras le costaba cada vez más. Se pasó la mano enguantada por el pecho, intentando calmarse. Sí, señora. Estoy aquí. Rafael, no encuentro el libro - la impaciencia bullía en su voz. Rafael pudo percibir también la desesperación que se colaba por las rendijas de las vocales. Está donde siempre, señora. Se acercó a la biblioteca que cubría todas las paredes de la estancia y recogió un libro. Se lo entregó a la señora sentada en un sillón de respaldo recto. Gracias, Rafael. Qué haría yo sin ti - sonrió con las palabras. Él no respondió. Sólo la miró mientras abría el libro y pasaba las páginas, una por una. La mirada vacía de ella seguía fijada en la oscuridad. En sus manos, el libro era solo un objeto sin vida. Era parte de un ritual. Era el mensajero que le decía que no estaba sola. 
Rafael la seguía mirando. La manera en la que se sentaba, con la espalda todavía recta a pesar de los años. El pelo color plata. Esos mechones rebeldes que seguían saliendo de la disciplina impuesta por la coleta. Arrugas detrás de las cuales él seguía viendo el rostro de la mujer fuerte de la que se había enamorado hacía 40 años. 
La mujer por la que tantos bebían las aguas antes de que perdiera la vista y el don de la sonrisa eterna. Solo quedaba él. 
Por un instante, Rafael pensó en la vida que habría podido tener. Mayordomo real. Un sueño. Un camino que decidió no tomar. Decidió sin amarguras, sin idealismos, sin autoengaños. 
Prefirió seguir una verdad más profunda. 
Prefirió quedarse donde era imprescindible. La cena está servida, señora. Tome mi mano.