«Ella y el mar»

En la noche de San Juan los vecinos de un blanco pueblo del Mediterráneo encendieron hogueras sobre la arena. Bailaron, bebieron vino y mordisquearon mullidos pedazos de coca. Los farolillos de las casas iluminaban la fiesta y las barcas se mecían sobre las aguas tranquilas.
Joan, aprendiz de carpintero, había salido temprano del taller. Entre los peñascos, sus amigos le esperaban lanzando al cielo fuentes que estallaban en mil colores. Se mareó por el cansancio y la copa de Ratafia y, cuando quiso acercarse, tropezó y cayó al mar.
La marea le arrastró al fondo. Le sorprendió que la luna bañara de luz el arenal... Los corales parecían preciosos pero, aún así, le causó espanto pensar en morir allí.
Y entonces apareció ella. Recordaría aquel momento toda su vida. Con el cabello de espuma enroscado en la cintura, ojos celestes y una hermosa sonrisa. Nadaba moviendo con gracia su cola aguamarina. La sirena le miró como si llevara tiempo esperándolo y, dulcemente, besó sus labios. A Joan el aire se le escapó de los pulmones y el corazón le golpeó fuerte el pecho. Cuando se separaron, sintió un vacío en su interior. Ella lo dejó sobre la orilla desde donde alcanzó a ver su aleteo perdiéndose entre las olas.
Nadie en Calella de Palafrugell creyó su historia, pero Joan paseó todas las noches por la playa oteando el horizonte, soñando con verla aparecer. No la olvidó jamás y por todos fue conocido como el loco que tallaba sirenas de madera como ofrenda al mar. Cumplió cien años y siempre contaba a quien le escuchara que su amada volvería a buscarle.
Una noche de verbena unos muchachos lo encontraron sobre la arena durmiendo para siempre. Cuando regresaron a por él, ya no estaba allí. Nunca más volvieron a verle.

A J.M Serrat