Beggar Mayo

«Esto no es un cuento o Un pasaje escandaloso acerca de Juan Rulfo (primera parte)»

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Lo que narraré no es un cuento, aunque podría parecerlo. Y ahora que lo pienso, escribiéndolo como respuesta a un reto que me ofrece la vida, decido además que lo incluiré en la serie de novelas de corte autobiográfico que estoy elaborando actualmente. Sólo espero poder terminarlo antes de que cierren el café, hoy que he podido venir para conectarme a internet. De lo contrario, el intento tendrá que esperar hasta que me restablezca la telefónica la conexión de casa, y eso será cuando pueda pagarla.
Homero había estado pensando esas palabras antes de trazar la primera línea de su texto. Uno que seguro sería tomado como una suerte de apostasía por los amantes de la literatura, en especial de la mexicana y aún más por los adoradores del supuesto papá de Pedro Páramo. ¿Supuesto? Bien dice la paremia que las cosas son según el color del cristal con que se miran, y la obra de Rulfo había estado siendo mirada por muchos años bajo el confuso aunque mirífico juego de luces con que el caleidoscopio engaña a la vista. Y lo sabía bien porque Juan Rulfo trabajó para su padre.

Corría el año mil novecientos cincuenta y dos, el mismo año cuando nació la hermana mayor de Homero. En la dirección de relaciones públicas de la compañía Goodyear, un buen amigo del padre, Miguel Hisi Pedroza, trabajaba editando la revista corporativa. Juan Rulfo tenía ya un tiempo trabajando como capataz, llevado por la necesidad más que por gusto. Miguel había publicado, igual que otras revistas, algunos cuentos escritos por un joven Rulfo del que algunos decían que prometía, pero otros simplemente lo ninguneaban viéndolo con recelo en particular por su alcoholismo.

Cierto día Juan se asomó tímido a la oficina de Miguel, con quien ya tenía alguna familiaridad de íntimos amigos. Se sentía agradecido con él porque mediante sus contactos y gestiones el joven había podido dar rienda suelta a su vena literaria, o lo que muchos creían era su vena literaria.

—Pasa, Juan— instruyó Miguel señalando la silla delante de su escritorio. Juan entró y cerró la puerta con sigilo que extrañó a Miguel. El publirrelacionista notó que el semblante compungido de Juan mostraba además los estragos de una cruda, más que por la bebida, moral. Llevaba en la mano una gruesa carpeta de viejo cuero de cerdo atada con un listón algo raído. Hacía poco que Juan se había acercado a Miguel para solicitarle que le ayudara a obtener un aumento salarial, pero no era posible. Así que sus responsabilidades hogareñas y su frustración literaria lo tenían agobiado. Sin embargo, Miguel lo recomendó con el padre de Homero mediante una carta personal, para que pudiera trabajar eventualmente como redactor publicitario en la agencia de su amigo. Juan aceptó; aunque recibía buena paga por sus textos, no era un trabajo que lo satisficiera y más pronto que tarde lo abandonó.

—¿Me traes otro cuento para publicar en la revista, Juan?—. Juan apretó contra su cuerpo la gruesa carpeta.
Beggar Mayo
Escritor y comunicólogo mexicano.
Miembro desde hace 1 año.
6 historias publicadas.

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