«Golpe de suerte»

Los viajes de ida, en avión. La vuelta a casa, siempre en tren. Compro billete para dos asientos contiguos y así no tener que conversar con nadie. Me siento junto a la ventanilla con un libro, una botella de agua y algún tentempié, dispuesta a dejar atrás la ciudad y lo que sea que haya ido a hacer en ella. Aquella mañana salí deprisa y corriendo del hotel. Cuando llegué a la estación anunciaban por megafonía la salida inminente de mi tren. Conseguí subir a tiempo, localicé el asiento y dispuse la maleta en el portaequipajes. El tren inició la marcha, momento que aproveché para echar un vistazo a mi alrededor y comprobar que el vagón iba prácticamente vacío. Dos filas por detrás de la mía había un par de chicas de unos veinticinco años.
- Perdón, ¿echaríais un ojo a mis cosas? Voy un momento al vagón restaurante y hay mucho mangante suelto.
Me sonrieron y una de ellas hizo un gesto con la mano invitándome a irme tranquila.
En la cafetería había dos hombres en la barra. Observé que el más joven apuntaba con un arma al otro a la altura de los riñones. El camarero les sirvió dos refrescos y un par de bollos. Una vez que el hombre pagó, el otro guardó el arma, cogió su consumición y se sentó en una mesita del fondo. El hombre, presa del pánico, no se movió.
Aquello no podía quedar así. Recordé la navaja que llevaba en el bolso y que todavía no había podido usar.
Me acerqué al hombre, saqué la navaja y le pinché ligeramente en el abdomen. Mirándome con los ojos muy abiertos y con voz temblorosa dijo:
- Póngale a la señorita lo que desee.
Oportunidades así no hay que dejarlas pasar y... ¡café gratis!