«GRIS»

Mi vida se ha vuelto triste, se ha tornado gris desde que las perdí. Las echo muchísimo de menos.
Sigo oyendo sus voces en casa, las de mis pequeñas y la de mi mujer. No lo soporto. He perdido la cuenta de los días que estoy sin ellas.
Evito mi hogar y no paro de recorrer la ciudad. Siempre me siento tentado de entrar en la estación de tren y comprar un billete. Aunque nunca lo hago porque no sé adónde iría... Sin embargo, hoy he llegado hasta la taquilla.
—¿Destino?
La voz de la vendedora es siniestra. Levanto los hombros con la cabeza gacha.
—Si le da igual, coja este billete. Andén siete, el tren sale en dos minutos —dice bajando la persiana—. ¡Dese prisa!
Comienzo a correr y alcanzo el tren en el último suspiro. No he podido ni apreciar lo antiguo y destartalado que está, debería de descansar en un desguace; es de esos que tienen compartimentos para varias personas. Mi billete me indica que debo ir al número 80 y el compartimento 90 está frente a mí. Atravieso el vagón, que está vacío y todos sus compartimentos cerrados, y el último es el 81. Cambio de vagón.
Vuelvo a ver el 90 frente a mí. Miro hacia atrás y compruebo que, nuevamente, estoy en el último vagón. ¡No puede ser! Cambio de vagón y me pasa lo mismo otra vez. Pierdo la cuenta de todas las veces que me ha ocurrido, aunque no desisto. Llegar hasta el compartimento es un propósito, algo que ya no tenía.
Al fin veo una luz y, a través del cristal, distingo a tres señoras mayores conversando en el compartimento 80. Abro la puerta.
—¡Cariño, has tardado mucho!
—¡Y eso que te fuiste el primero, papá! ¡Pero volvemos a estar juntos!