Un día, Tomás se acercó a la casa de Luis y encontró todo cerrado.
- ¿Dónde está Luis? - se preguntó Tomás.
Repentinamente, Luis apareció detrás de él.
- Hey, Tomás. ¿Qué haces aquí?
- Quería verte, pero pensé que no estabas en casa - respondió Tomás.
- Sí, estuve ocupado durante todo el día haciendo algunas tareas. ¿Qué necesitas?
- No necesito nada realmente, solo quería charlar contigo un rato.
- Vamos adentro entonces. No quiero que te quemes con el sol.
Entraron a la casa y se sentaron en el sofá.
- ¿Qué te pasa, Tomás? Pareces un poco preocupado - comentó Luis.
- Es que estoy teniendo algunos problemas. Mi padre perdió su trabajo y ahora estamos pasando por momentos difíciles.
- Lo siento mucho, amigo. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?
- Gracias, Luis. Eres un buen amigo. No quiero ser una carga para ti, pero ¿podrías prestarme algo de dinero para comprar comida para mi familia por esta semana? Prometo devolverte todo tan pronto como mi padre consiga otro trabajo.
- Claro, Tomás. No te preocupes por el dinero. Lo que necesites, sabes que puedes contar conmigo.
Tomás se emocionó y le dio un abrazo fuerte a Luis.
- Gracias, Luis. Eres el mejor amigo que alguien pueda desear.
- Lo sé, lo sé. Ahora deja de llorar y dime qué más necesitas.
- Ahora solo necesito tu amistad.
- Eso siempre lo tendrás, Tomás. Siempre estaré aquí para ti.
Y así, Tomás y Luis demostraron que la amistad verdadera no depende de nada más que del compañerismo que dos personas pueden tener. Juntos, superarían cualquier obstáculo que la vida les pudiera presentar.