—Increíble que quieras soportar esto para convertirte en una sirviente de esos elfos lanza trucos.—gritó Al-uin.
— Voy a convertirme en aprendiz de hechicera, y seguramente pueda salvarte el pellejo muchas veces más.
—No fueron tantas.
—Las suficientes para que estés aquí.
—¿Y qué tal si nunca encontramos la Biblioteca de los Libros Prohibidos?
—Es posible.
—O la encontramos pero la custodian furiosos dragones ludópatas.
—Es posible.
—O la encontramos, la custodian pacíficos ratones parlantes pero no te prestan el famoso Libro de Todas las Respuestas
—Es posible.
—Agggg y en ese caso, ¿qué sentido tendría todo esto?
Urí-en se encogió de hombros.
—Los juglares tendrán que inventarse un buen final para “las aventuras de la aprendiz de hechicera Uri-en y el único amigo que le debía lo suficiente como para acompañarla en semejantes tonterías”.
—En realidad estás aquí porque eres el más escéptico de mis amigos.
—No me lo creo, si yo….
Las quejas se perdieron en el viento mientras avanzaron hacia el corazón del bosque, donde dos noches más tarde encontraron la Biblioteca de Libros Perdidos. Era una construcción de dos niveles en roca, por el oeste asomaba una escamosa y enorme cola, y por el este, un viento caliente movía los arbustos de las macetas.
—Maravilloso, un dragón.
—Uno dormido.—dijo Uri-en y golpeó la puerta
Desde dentro, una voz suave respondió.
—Buenaventura viajeros, ¿vienen en paz?
—Venimos en paz y buscando respuestas.—contestó Uri-en.
La puerta se abrió y una figura pequeña, sosteniendo una antorcha encendida, los saludó.
—Bienvenidos, soy Fermín, el bibliotecario.
Al-uin y Uri-en se presentaron sin sospechar que estaban frente al duende más sabio del mundo. Tras un breve racconto de su viaje, solicitaron ver el Libro de Todas las Respuestas.
—Son ustedes muy afortunados, pues el libro ya no existe.
—¿Afortunados?—bramó Al-uin.
—Ya no existe. —repitió Uri-en con la mirada perdida en el fuego.
—¡Te dije que sería todo en vano!
—Nada es en vano. —añadió el bibliotecario.
—¿Cómo es que ya no existe?
—Se lo tragó el dragón.
—¿Por qué? —preguntó Uri-en, escudriñando los ojos del anfitrión.
—¡Qué quimeras importa porque se lo tragó el dragón! ¿Por qué esta biblioteca está en medio de la nada? ¿Por qué vinimos hasta aquí? Se me ocurren mil preguntas antes.
—Y sin embargo, —interrumpió él bibliotecario—tu amiga acaba de hacer la pregunta más importante. La primera que deben responder.
—Pues da igual, todas las respuestas están en la barriga del dragón.
El fuego chisporroteó cómplice.
—No da igual. — dijo Fermin y se perdió en los pasillos de la biblioteca.
Los viajeros desanduvieron el camino.
—¿Qué le dirás a los maestros hechiceros?—preguntó Al-ui al llegar a la cordillera.
—Que todas las respuestas están en el interior.
Descriptiva y con un diálogo muy fluido, en tu línea.
Es un placer volver a verte por estos lares.
Saludos Insurgentes