Hacía años que no venía aquí, tantos años como los que han pasado desde que mis abuelos murieran. Más de veinte años sin encontrar fuerzas para abrir sus puertas y respirar dentro del hogar donde tantos y tantos buenos ratos pasamos.
Y aquí estoy, hoy he amanecido aquí sin saber lo que me trajo anoche hasta este lugar. Todavía no entra la luz del sol pero no me hace falta para saber cómo era, cómo es la habitación donde tantas risas y momentos de felicidad compartí con ellos.
El sofá donde he pasado la noche sigue en el mismo rincón de siempre, bajo la gran acuarela que preside la sala y al lado la mesa redonda donde nos reuníamos para disfrutar de las ricos platos que mi abuela cocinaba con tanto cariño, donde mondábamos las rosas de azafrán o donde ellas pasaban tantas horas tejiendo con sus agujas y sus ovillos de lana.
No me hace falta la luz del día para verlos, sé que no puedo pero con esta oscuridad lo que sí puedo es sentirlos, porque aunque se fueron su energía sigue aquí, los ecos de sus palabras y sus risas me acompañan allá donde voy.