«La leyenda de Dong»

Aquella noche en la que Dong Lin desapareció como el aliento entre el viento, una gran niebla ocultaba las cabañas de la aldea. Las cabras del vecino temblaban de frío, y los carillones para ahuyentar el mal, sonaban sutilmente creando armonía en el ambiente mientras que un pequeño panda, jugaba formando piruetas entre el bambú.
A la mañana siguiente, cuando esa espesa niebla había desaparecido dejando paso a la luz del sol, varios aldeanos aseguraron haber visto un enorme dragón surcando el cielo azul. Otros en cambio, pensaron en que quizás había sido algún ave volando y ocultándose en el interior de extensas nubes. Se disponían a buscar de nuevo a Dong Lin cuando una pequeña, llamada Jun, les comentó que ella sabía de lo ocurrido la noche anterior, conocía perfectamente a su secuestrador. Pero Jun, sentía miedo de la reacción de los adultos, pues la realidad era tan inverosímil que no la iban a creer.

- Dinos pequeña, ¿Qué le ha sucedido a Dong? -.
- Os lo diré, pero antes debéis prometerme que no os enfadaréis conmigo -.
- ¿Por qué íbamos a enfadarnos contigo? Cuéntanos Jun, tienes que ayudar a tu querido amigo -.
- Vais a pensar que estoy loca - dijo la niña con lágrimas en los ojos - anoche, en el crepúsculo, ese dragón vino a la aldea y se lo llevó - contestó cabizbaja.

Los aldeanos comenzaron a discutir entre ellos, algunos creían a la pequeña y confirmaban lo que habían visto en el cielo, y otros incrédulos gritaban enojados sin escuchar los consejos de los que seguramente, podrían salvar al pequeño Dong.
Jun, observaba cómo los adultos perdían el tiempo discutiendo, y al ver que no se podía razonar con ellos, reunió a varios amigos y juntos fueron en busca de Dong Lin. Sin anunciar su marcha, caminaron hacia lo alto de la montaña, donde los niños del poblado suponían que vivía el gran dragón, ya que siempre había sido un lugar prohibido para ellos.
Al cabo de unos minutos, se percataron de que los niños habían desaparecido, estaban tan absortos que debían pensar en algo rápidamente. Los llamaban por sus nombres uno a uno, pero no hubo respuesta. Buscaron en el río, en el interior de las cabañas, incluso en la plantación de bambú. Aclamaban al cielo para el regreso inmediato de todos los pequeños. De pronto, uno de los hombres tuvo una idea. Pensó en que si era cierto que el dragón se había llevado a los niños, podrían obsequiarle con algún animal, así los devolverían a sus hogares. El padre de Dong fue el primero en donar uno de sus conejos, en cuanto lo soltó, correteó hacia la cima de la montaña ante las miradas atónitas de los aldeanos. Esperaban el resultado analizando el cielo, cualquier movimiento les hacía estremecer, hasta que una hora después, un enorme dragón sobrevoló la aldea con todos los niños sentados sobre su lomo. Saludaban felices, pues sabían que habían ganado un amigo, un protector lleno de esperanza.