Es una tarde de cambio de hora de un otoño ventoso y desapacible. A lo lejos veo tres luces: una librería, una funeraria y un bar. El bar es el de Ricardo y ya me ha echado setenta veces. Yo valoro la integridad de las personas, la firmeza del ser humano al defender sus ideas y además capto las indirectas casi al vuelo.
No, no pienso ir a una funeraria.
¡Ni muerto!
Entro a la librería para resguardarme del frio y de mi vida. No soy muy ducho en este tipo de negocios.
Y a tenor de como huelo, no soy muy ducho en general.
Paseo pasillos.
La luz es tenue.
Una señora de edad indecible está sentada en una mecedora detrás de un viejo mostrador de madera. Podría estar muerta si no fuera porque se balancea hipnótica frente a mis ojos.
Este lugar es mi casa con libros: está todo sucio y lleno de polvo.
Leo y voy cogiendo libros al azar, miro las contraportadas. Es lo que me gusta de los libros. Ver las caras de los que los han escrito. Las caras de hoy son caras de muertos.
Muertos.
Libros amarillos con fotos amarillas de escritores muertos. Hay escritores con barba, escritoras sin barba, calvos, feas y bajitos. Bajitos porque no hay foto e imagino que no llegan. Hay escritores morenos, de países lejanos, de mirada triste y estoy yo.
¿Yo?
¿Qué hago en un libro?
¿Cuándo he escrito yo un libro?
Es el momento de acabar y para ello miro la portada para ver el título: “El asesino está detrás de ti”
…
La señora mira la hora, la mía, aún no la suya y con paso lento, pone un cartel de cerrado. Ha vencido a otro día, cierra las luces y parpadean hasta morir las de neón que duermen el cartel de la vieja librería: la librería de los escritores muertos.
¿Vienes?
Me ha encantado esa mezcla de humor y misterio... Enhorabuena
Saludos Insurgentes