«La luz al final del túnel»

Los días pasan, y, con ellos, poco a poco se va desvaneciendo la esperanza.
No sé cuántos días, semanas, o meses llevo deambulando en soledad; los supermercados se han convertido en mi único oasis, las armas en mi única compañía.

La última vez que hablé con él, debatíamos cuándo volveríamos a vernos, yo estaba en California por trabajo; nuestra conversación no pudo terminar, las líneas se cortaron... Entonces, comenzó el apocalipsis.


Llevo más días de los que puedo contar bucándole, peregrinando de ciudad en ciudad, registrando cada escondite...
Sólo me doy de bruces con un muro de soledad y vacío.

¿Y si la esperanza es sólo un espejismo de nuestra imaginación? ¿Y si, nuestro final, es ser como ellos?

No puedo dar respuesta a esas preguntas, pero, si voy a morir, juro que gastaré hasta la última bala; a estas alturas, la esperanza es lo único que me mantiene viva, y no puedo renunciar a ella... Debo encontrarle.

Entonces, cuando una tempestad de pensamientos se acomodaba en mi interior, en la lejanía, vi una camioneta acercándose; atónita froto mis ojos, creyendo que se trata de una ilusión fruto de mis anhelos.
Pero no, es real, por primera vez en mucho tiempo, estoy viendo gente viva; así que, con gran emoción, sacudo los brazos con fuerza.

— ¿Estás herida? —Preguntó un hombre de aspecto curtido.
— No, llevo meses matándoles... —Respondió la joven.
— ¿Anna? —Asomó la cabeza un muchacho de ojos celestes.— ¡Anna! — Salió del vehículo de un salto, para fundirse en un abrazo con su novia.
— Jorge... —No pudo contener las lágrimas de emoción.— Nunca dejé de buscarte.
— Así que tú eres la razón por la que hemos estado surcando todos y cada uno de los estados...—Asentía el hombre.— Anda, sube, tenemos zombies que matar.