Aquella librería de la calle veinte, llevaba allí desde que me alcanza la memoria. Mi padre, siempre que me llevaba a ella, me contaba como mi abuelo le llevaba desde muy pequeño. Ahora soy yo el que llevo a mis hijos, mucho antes que aprendieran a leer.
La librería, que no tenía nombre, estaba regentada por un hombre menudo de aspecto venerable, que parecía no envejecer nunca. Lo más sorprendente de aquella librería, era que podías encontrar cualquier libro que pudieras imaginar. Justamente, tan solo tenías que imaginártelo, y el hombre menudo rebuscaba en las vetustas estanterías y casi al instante aparecía con el libro.
Un día, me picó la curiosidad y le pregunte:
—¿Cómo puede ser que cualquier libro que le pidamos, lo tenga aquí disponible?
Taciturno, me contestó:
—Es la magia de los libros, todo lo que tú te puedas imaginar, ya lo hizo antes alguien y lo plasmó en las páginas de todos estos libros.
No me terminaba de creer la explicación del librero, así que decidí ponerle a prueba.
—Yo me imagino un libro que cuente la historia de un mundo en el que nunca existieron las guerras, la pobreza, las enfermedades. Un mundo en el que el amor era la única ley.
—Eso que me pides, es casi imposible, pero haré todo lo posible por satisfacer tu petición.
El librero se marchó a buscar el libro, estaba convencido de que regresaría con las manos vacías, pero al cabo de mucho rato, lo hizo con el libro en las manos. Estaba exhausto, casi sin fuerzas, no obstante, había cumplido su palabra.
A los pocos días, regresé a la librería para darle las gracias, pero la librería estaba cerrada.
Un vecino me dijo, que el librero había fallecido.


Los libros son tan sabios que podrían ser seres vivos...
Buen relato paisano, con giro final incluido, enhorabuena.
Saludos Insurgentes.