Era nuestra decima Nochevieja juntos, no tenía nada de especial, una más junto a sus padres y hermanas, la tercera sin los míos, lo cual me permitía poner la misma excusa de los anteriores, estoy triste porque los echo de menos, porque les añoro.
Tres años de aquel maldito escape de gas, de esa mala combustión que acabo con ellos y con mi pequeño cocker "Loco", que les deje para que le cuidaran y yo irme a pasar el fin de semana con ella, con Sara.
La muerte dulce le llaman, la vida amarga para los que nos quedamos.
Pero sería el último año que pondría esa excusa, era el momento de cambiar ese sentimiento, de pasar a la acción y pasar página, de eliminar ese dolor.
Me levante de la silla, tomé mi copa y ante la mirada atónita de mis futuros suegros, las risas escondidas de mis próximas cuñadas y sabiéndome el centro de atención, saque el anillo de mi bolsillo, me arrodille delante de Sara y mirándola a sus ojos extremadamente abiertos, le pregunte: "¿Te quieres casar conmigo?"
El SI que salió de sus labios después de mirar a sus padres y asentir ambos con la cabeza, fue lo que necesitaba para sentirme de nuevo el hombre más feliz del mundo.